Es extraño vivir, pertenecer
al reducido mundo en movimiento.
Es extraño vivir y beber zumos
sobre arenas doradas en septiembre,
hablar con el objeto de tu amor
—porque vive también
a pesar de que sea algo improbable—.
Es extraño vivir y caminar tranquilo
sobre la piel reseca de los muertos,
no estar con ellos, no ser uno de ellos
—ni siquiera pensarlos todo el rato—.
Los muertos son millones y uno solo;
un cuerpo que se encoge. Nada más.
Es sencillo entender su podredumbre
y el engranaje simple de su olvido.
Pero existir. Estar. Desafiar
con tu sola presencia al gran ejército
de la noche requiere un pensamiento
abrumador, inútil, complicado.
Y sin embargo es fácil contentarse
con esta extraña dicha que es saberse
y descubrirse día a día en el reflejo;
celebrar las miserias porque son
cuando todo podría no ser más,
y salir al tedioso mundo infame
armado con el don de estar cansado
y dolorido. Ser. Pertenecer
al diminuto imperio del aliento. B.C.
Inédito. 2014