1
En la palabra hay el fruto comestible de la palabra. Digo acercamiento y se produce el calor. Digo maravilla y de pronto una abeja está en una flor blanca. Pero qué hay del lenguaje. Cuál es el cuerpo. Qué lo mueve para articular quizás una sombra o el borde de otro cuerpo. Decimos cosas a todas las cosas que nos son dadas, les damos el nombre que elegimos para maniobrar con los hilos borroneados como si pusiéramos un respirador para su existir (o elixir), hablamos desde la raíz e incluso con las manos. Amamos con las manos y lo hacemos en representación de todo lo que arrastramos para darlo. Arrancamos del poema a veces un pedazo de piel y lo engendramos aún más entre las uñas.
Entonces, cuál es el cuerpo del lenguaje sino la imagen. Lo creado por la palabra física en su casi fotografía de la belleza. Qué mueve ese cuerpo sino la fornicación de una realidad que salva, por decirlo de alguna manera, todo ese maniobrar de los sentidos en su más auténtico paisaje que lo sueña.
2
Habrá que escribir la historia de las manos. Había una vez dos manos que brillaron de todo aquello que llegaba, como decir: es el silencio que no. Su vida hermosa era más hermosa que todas las vidas juntas: se bebían cada palabra diciendo la sumisión de un Rey o apenas un anochecer con el rey.
Todos sabemos que los Reyes se elevan, son sin muerte, son coronados de espinas para jugar a que una mujer sepa curar.
Todos sabemos que los Reyes se elevan, son sin muerte, son coronados de espinas para jugar a que una mujer sepa curar.
Entonces la historia que escriben las manos es una de un Rey, no sé si escribirlo en mayúscula o minúscula, que se metió dentro de un libro, por ejemplo como abriendo el pecho de la mujer y quedándose a vivir sonriendo mientras alguien lo amaba. Ya basta de guerras y hospitales, dijo, ahora escribo lo horrible de mis manos para liberarlo y ser amado asquerosamente. Cuando termine de escribir esta historia, quiero decir, cuando mis manos terminen de escribir la historia de mis manos dirán que he acariciado al corazón de la mujer, amenazado por el vaivén de la sangre por donde viajo, como agua, y tiemblo.