Cuaderno de Oaxaca
En el primer fin de semana de la Feria del Libro de Madrid, a finales del pasado mayo, y gracias a la complicidad de una buena amiga y a la generosidad de dos nuevos aliados, se cruzó en mi camino la posibilidad de una larga estancia en México. Hace más de dos años que improviso mi ruta itinerante por España, desplazándome allá donde surja un trabajo o un techo y, sobre todo, donde encuentre una ventana de tiempo que pueda dedicar por entero a la escritura. Mi existencia nómada puede parecer a veces radical o, cuando menos, poco convencional, pero más allá de la necesidad de volcar todos mis esfuerzos en la creación literaria o de pagar convencido y en soledad el precario peaje que implica esta forma de libertad, la experiencia me aporta un día tras otro una increíble fuente de vivencias propias y ajenas. Así, me vacuno contra la habitual endogamia de los círculos literarios y permanezco atento a un impredecible coro de voces de personas de todo tipo y condición. Ese rico discurso colectivo me habla de otras vidas, las de personas que comparten el gusto por la lectura pero cuyos caminos vitales no pueden ser más diversos. Escucharles, convivir a veces con ellas y conocer sus historias potencia y matiza mi noción de todo lo real que tiembla allá fuera, lejos del ensimismamiento del escritor con su obra —y arqueo aquí las cejas contra esa pedantería con el mismo sano desdén de José Hierro en sus poemas— , esto es, más cerca que nunca del pálpito del mundo, que es el lugar desde el que quiero decir las cosas al escribir.
Y escribo esto ahora, a 2 de octubre de 2014, en el aeropuerto de Ginebra, a pocas horas de emprender mi vuelo a Ciudad de México, vía París. En los próximos meses conoceré la vida cultural de la capital mexicana, recorreré sin prisa mi camino hacia el sur, me encontraré con algunos amigos y colegas de oficio en otros puntos del país y, finalmente, pasaré unos meses en una pequeña aldea de la sierra interior del estado de Oaxaca. Allí, además de echar una mano en todo lo que pueda para aportar algo a la comunidad y apoyar la efervescencia que parecen demostrar los jóvenes artistas oaxaqueños, me dedicaré por completo a la escritura de mi segundo libro de relatos, un proyecto íntima y ampliamente relacionado con mi mirada sobre América Latina, a la que regreso veinte años después de mi primer y largo viaje a la Patagonia chilena. Me siento conectado de un modo especial a lo que me rodea, como sucede siempre que viajo sin un plan cerrado —apenas tengo el billete de vuelta a Ginebra para marzo del 2015, y ni siquiera eso es seguro—, instalado en un estado de atención permanente, como el que me invade desde que salí de España. Abierto a lo inesperado en este viaje, de esta experiencia y de todo lo que quede por el momento fuera de las páginas del libro en ciernes, compartiré mis impresiones con todos vosotros siempre que la vida pida paso para ser contada en este Cuaderno de Oaxaca, que publicaré en forma de columna semanal en una nueva revista que está por ver la luz de forma inminente en España y de la que daré todos los detalles en cuanto me dejen.