Paladines de la autoasfixia erótica. Una antología de Eduardo Padilla
ES DOMINGO Y SON LAS 2 AM
1. ¿Tu personaje usa colmillos y capa durante las bodas y los eventos deportivos?
La última escena de La conversación muestra a un hombre en un departamento destrozado. Durante horas buscó los micrófonos o los sistemas de audio que registran su vida.
Cuando leí “The Incredible Shrinking Man” pensé que había un equipo de filmación detrás de mí.
A mi primera esposa le dije que me fascinaban los desiertos aunque me horrorizara vivir en ellos,
que un estacionamiento para cinco mil autos es un paradigma de belleza sólo antes
de ser abierto al público,
y que mi hobby era coleccionar crucigramas pero no llenarlos; plastificarlos, sí, pero dejarlos siempre en blanco.
A mi segunda esposa le dije que el silencio es el regalo perfecto—
universal, maleable a toda ocasión, y más noble que la mejor madera.
A mi tercera esposa le dije, cierra ya la boca.
El tiempo todo destruye, el tiempo todo lo abrevia.
¿Desiertos, estacionamientos y crucigramas vacíos? Definitivo alguien hace un documental sobre mí.
Esperen.
Tengo que atusarme.
2. ¿Tu personaje se interesa por la necrofilia homosexual?
Hay un cuento titulado Asesinato y suicido en un ascensor del centro de la ciudad desconciertan a las autoridades.
Dos claustrofóbicos que han asistido a terapia para curar sus miedos suben y bajan por un edificio con 59 pisos y 4 sótanos.
Su médico les recomendó enfrentar su miedo de esta manera.
El experimento va bien hasta que el elevador se atasca, los botones de auxilio no funcionan.
Los dos claustrofóbicos sienten que el otro invade su espacio, que el otro crece a cada segundo, que el otro se acabará el aire.
Yo no era claustrofóbico hasta que descubrí hay un director y un sonidista bajo mi regadera.
Una maquillista escondida en el baño.
Un iluminador siguiéndome en los túneles de periférico.
Un técnico extrayendo de mi cabeza pedazos de mi infancia.
Una vez llovió tanto que el mar se desbordó en nuestra calle. Había que dejar que los escualos pasaran primero, en las esquinas. Luego, por las noches, los oía hurgando en nuestros botes de basura. A mí me parecía que ese tenía que ser el fin del mundo. Mi padre me escuchó decirlo, y me respondió más o menos de esta forma: “Espera, tranquilo. No es nada. ¿Te crees que esto va mal? Las cosas siempre pueden empeorar un poco. Las cosas son indestructibles. ¿Sabes por qué lo digo? Porque siempre pueden empeorar. Luego tal vez mejoren, y luego, de nuevo, invariablemente, vuelven a empeorar. Las cosas nunca llegan a nada— Tú tampoco llegarás a nada. No pongas esa cara, yo tampoco llegué nunca a nada. Pero no importa. No me arrepiento de haber embarazado a tu madre.
Escucho la voz de mi padre, que es desde mi adolescencia la mía. Cuando respondía el teléfono las personas nos confundían. En varias ocasiones fingí ser él, pero con pésimos resultados: recibí amenazas de cobradores y fui citado para compadecer por un fraude de una ferretería.
Ni él ni yo habíamos llegado a nada.
Hasta ahora que el estreno de mi biopic se anuncie.
3. ¿Tu personaje cuando el maestro pasaba lista en lugar de responder presente decía nura nura doku doku doku?
Hace un momento reuní a mi familia para anunciarles mi próximo estrellato.
Mi padre llegó desde el sanatorio, no pudimos impedir que manchara los sillones con saliva.
Mi madre prometió no dar entrevistas, desde que sufrió su quinta parálisis facial no le gusta aparecer en público.
Mi primo hermano, científico y con ínfulas de genio, se tragó la bilis y solo preguntó si el documental no iba sobre discapacitados mentales que habían terminado la primaria.
Los demás prometieron asistir a la gala de presentación.
A pesar de mi reciente estatus de luminaria, comienzo a tener algunas incertidumbres.
¿Por qué esta notoriedad tardó en llegar, la Fortuna me estaba probando?
¿Existe una aspiración metafísica mayor a la de asumir la fama cinematográfica?
¿Es legítimo convertirme en uno de los cimientos de la opinión cultural y política del país?
¿Será necesario someterme a una liposucción?
¿Decido tener hijos por temor a la muerte
o decido no tenerlos por temor a aclarar sus dudas sobre la muerte?
Y al fracasar, oírlos llorar, luego sentir nostalgia
por los días en que yo también ponía a prueba la templanza de mis padres.
Sospecho que la gente me cuenta sus problemas por ser yo incapaz de entenderlos.
De verdad. Es como confesarle un crimen a una tapia…
separados por un callejón de distancia,
con el sonido de una ventisca comiéndoles la mitad del rostro.
Soy incapaz de entenderlos, pero tengo la mirada triste. Mi perro
también tiene la mirada triste. Pero yo sí escucho. Soy un escucha excepcional.
Pero nada entiendo. Y cuando acaban, les digo:
“Existe la posibilidad de que todos tus males sean imaginarios,
incluidos tu consciencia y el cuerpo que la apuntala. Voy por otra cerveza.”
“…que sean dos” me dicen,
acaso para sentirse unidos
al desliz incontenible de una fuerza mayor.
Un vecino toca el timbre. Pienso que viene por un autógrafo. Luego de unas disculpas me pide permiso para pasar, su pelota y su bat de béisbol se le volaron a mi azotea.
4. ¿Tu personaje sufre eczema y trastornos estomacales por causas nerviosas?
Permito pasar al próximo tercera base del equipo local. Después, al despedirlo llega un cartero. Es extraño porque es domingo y son las 2 am. Me entrega un paquete, en la etiqueta dice: Guion de tu documental. Está firmado por un tal Eduardo Padilla, en la portada aparece lo siguiente con una letra de molde muy apretada:
aquí yace un individuo que
vivió como cordero
rio como hiena
escribió como gato
cogió como pudo y
murió como perro.
En la última página hay este anuncio: “Tu película se llama: Paladines de la auto-asfixia erótica: álbum de estampas.”
5. ¿Tu personaje es un desesperado y por su propio bien se saltó este prólogo de palillos chinos y rompecabezas.