La caja pública | relatos














La caja pública | relatos



La caja pública | relatos ya está disponible en Amazon.

El qué y por qué de su nombre… La caja pública es una recopilación de relatos y microrrelatos escritos desde 2010 hasta el actual 2014. Parcialmente, editados en este blog u otras plataformas digitales (actualmente retirados del mismo por la publicación del libro). De ahí su nombre. Sin embargo, todas las historias están modificadas o customizadas —ex profeso— para esta edición. Que además, cuenta con una selección inédita muy sustancial. El conjunto recoge tres apartados: 1. Relatos actuales 2. Relatos eróticos 3. Relatos fantásticos.

Os encontrareis con un relato dedicado a todos los que, sin vernos las caras, tenemos un contacto muy directo: “I love facebook”, dentro del apartado  Relatos Actuales. Donde también aparece el dedicado a mis padres: “Voulez-vous m’épouser?”. Un pequeña historia  que trascurre en la Guerra Civil Española.

A continuación, podéis introduciros en las fábulas eróticas y bucear por todos sus recovecos. Redescubrir esas historias que tanto os gustaron… El camionero o Stretching, entre otros. Y también los editados en exclusiva para el portal erótico PASIONIS http://www.pasionis.es/ Tuneados. En parte, recogidos en el megarelato Juegos ardientes… Os encantará.

En el tramo final del manuscrito hay un apartado de esas narraciones terroríficas y/o góticas, que tanto me agradan… Fantasmas, antropofagia, vampirismo y etc. 

Podéis leer las primeras páginas cliqueando  http://www.amazon.com/dp/B00O9E3ZNM
Lo veréis en la pantalla volviendo a cliquear “look inside” o directamente en esta entrada. 


Detalles formato papel:

·  Tapa blanda: 262 páginas
·  Editor: CreateSpace Independent Publishing Platform; Edición: 1 (6 de octubre de 2014)
·  Idioma: Español
·  ISBN-10: 1502468433
·  ISBN-13: 978-1502468437
·  262 páginas
·  PVP formato papel  9,87 €



Detalles formato kindle:

·  Formato: Versión Kindle
·  Tamaño del archivo: 529 KB
·  Longitud de impresión: 195
·  Uso simultáneo de dispositivos: Sin límite
·  Vendido por: Amazon Media EU S.à r.l.
·  Idioma: Español
·  ASIN: B00O9E3ZNM
·  PVP formato kindle 2,68 €













Anna Genovés
La caja pública



Copyright © 2014 Anna Genovés
Todos los derechos reservados a su autora
Titulo de la edición: La caja pública
Autora: Anna Genovés
Corrección: Jon Alonso
Ilustración: Anna Genovés
Propiedad intelectual:
09/2013/2345
09/2013/2206
09/2004/1196
V ― 488 ― 14




Dedicado a mi hermana Marian, a mi sobrina Irene,
a mi amiga Sofía y a mis modistas preferidas .
Gracias a todas por inspirarme.





“El erotismo es una de las bases del
conocimiento de uno mismo,
tan indispensable como la poesía”.
Anaïs Nin




Presentación

Siguiendo el consejo de numerosos amigos, he decidido realizar una recopilación de relatos y microrrelatos escritos desde 2010 a la actualidad. En parte, editados en mi blog personal u otras plataformas digitales. De ahí su nombre; La caja pública. Sin embargo, todos están modificados o customizados —ex profeso— para esta edición, que además, cuenta con una selección inédita muy sustancial.

El conjunto recoge tres apartados: 1. Relatos actuales (historias acaecidas en diferentes épocas y con una base verídica). 2. Relatos eróticos (narraciones de género que incluyen las publicadas en el portal erótico Pasionis). 3. Relatos fantásticos (reúne un pequeño conglomerado de cuentos de terror y un relato futurista).
Editados siguiendo un orden alfabético. Por lo general, poseen ese toquecito de humor ácido que me acompaña a todas partes como si fuera un huésped adosado a mi tesitura. Y comienzan con un terceto o cuarteto (a modo de entradilla provocativa y simpática) que anuncian lo que se va a leer.
Anna Genovés





Contenido



1.     Relatos actuales

Anaïs
Doctorcita
El chihuahua y su dueña
El retrato de Pauline
Freak
Ghost friend
Guzmán
Huevos de madera
I love Facebook
Línea 103
Merche
Ogros
Sr. Pérez
Todos los muertos son iguales
Un freak con pedegrí
Voulez-vous m’épouser?
Whisky y celuloide



2.     Relatos eróticos

Ángel o demonio
Arbustos y otras hierbas
Conversaciones de hombres
Elástica
El club del ganchillo
El conductor
El tercer sexo
Juegos ardientes
Kits eróticos
Revelación tántrica
Sexo exprés
Singles
Sueños de poeta
Tatuajes y piercings
Una cocina llamada deseo
Un Noel muy travieso
Vampirella Gay
Wasapéame



3.     Relatos fantásticos

Asylum
Blandiblú grana
Bloody Christmas
El infierno de Precious
Gominolas
Huesitos a tutiplén
La Venus cibernética
Los gatos de angora
My chocolat
Patrick
Peep-toes y dagas
Poison special Christmas
Segundo plato
Trato sangriento
Un buen filetito


4.     Sobre la autora




1.      Relatos actuales



Anaïs 21


Anaïs no decaigas
eres el principio y el fin
la vida y la nada


Anaïs es una bloguera con ganas de comerse el mundo. Sin embargo, no sabe para dónde tirar. Escribe de todo. Su imaginación es un totum revolotum: cuentos eróticos, microrrelatos gore, novelas históricas, poemas, relatos góticos… Está hecha un lío.
Tras una noche loca con su novio, inventa un relato apasionado y directo; vamos, que no se muerde la lengua si tiene que explicar cómo hacer una felación, por ejemplo. La aceptación es rotunda: más de 5.000 visitas en un día.
Empero, no todo es satisfacción. Cuelgan vídeos porno en el muro de su facebook, recibe emails obscenos, insultos a tutiplén de anónimos fanáticos y le piden amistad beocios indecentes. Está hastiada de la falsedad del siglo 21. Un día telefonea a una amiga y le cuenta la verbena:
―¡Tía, qué no me dejan en paz. Se creerán que cuento mis affaires o que soy ninfómana. Yo qué sé! ―le dice.
―¡De dónde narices sales, preciosa. Bienvenida al gran teatro las redes sociales! Hay personas elegantes, discretas, agradables y otras con perfiles falsos… ―contesta la amiga.
―¡Menuda mierda! Si fuera un tío, seguro que nadie se metía conmigo. Pero tengo ovarios. No es lo mismo… ―se defiende ella.
―Anaïs el mundo es machista e hipócrita.
―Tienes razón. ¡Juro por Dios qué no volveré a escribir otro relato picante! Es mi suicidio erótico.
―Sólo por fastidiar a esos tíos casposos que piensan con la entrepierna y que cuando nadie los ve se la amasan a tu costa. O a esas urracas del mea culpa que te ponen verde y después utilizan vibradores hasta pulverizarlos. Haría todo lo contrario ―insinúa su confidente.
―¿Estás segura?
―Completamente.
―Pues, ¡qué les den! ―termina por decir Anaïs.
Caprichos del destino: triunfa como el Avecrem.













Doctorcita



Doctorcita esté atenta
no vaya a creer que mi apéndice
es la cabeza

Situación: sala de espera DUE del barrio. Carmen entra a consulta y ve a la simpática María (la ATS de toda la vida) con una chavalita de “veintipocos años”
—Hola Carmen. ¿Qué tal estás? —pregunta la enfermera.

—Bien, bien… Vengo a que me pongas la vacuna de la gripe —contesta Carmen.
—Haces bien. Prevenir siempre que se pueda —dice la DUE.
—Por supuesto —asevera la paciente.
—Mira, esta es mi sobrina. La tengo de prácticas.

María presenta a la muchacha de melena larguísima y ojos azulinos enormes.

—Hola —dice la jovencita con una sonrisa repleta de inocencia.
—Hola guapa… Así que tú serás la nueva banderillera dentro de unos años —dice Carmen por hacerse la simpática.
—No, no —contesta María—. Está estudiando segundo de medicina. Lo que pasa es que quiero que se vaya familiarizando… —asevera con orgullo María.
—¡Ah! ¡Qué guay! Yo también quería ser médico. Pero al final, estudié Arqueología —recuerda Carmen con guasa.
—¿No me digas? —comenta María.
—Sí. ¿No sabías que soy arqueóloga?
—Pues no…
—Arque… ¿Qué? —sugiere la doctorcita asombrada.
—Arqueóloga —refunfuña Carmen de mala gaita.
—¿Y eso qué es? —pregunta la futura doctorcita.
—Es una especie de Indiana Jones —dice Carmen para disimular su perplejidad.
—¿Eh…? —la joven no conoce al mítico personaje.
—¡Ah claro! Es que eres muy jovencita —disimula Carmen—. Pero a Lara Croft sí la conoces, ¿verdad?
—¡Ah! Sí. Ahora sé a qué te refieres… ¡Qué chulo! —asevera la sonriente universitaria.
—Sí, muy chulo…  No obstante, más me hubiera valido estudiar medicina —ratifica Carmen torciendo el morro.
—Pues de arqueóloga hay trabajillo, ¿no?... —sugiere la DUE.
—Sí. En Atapuerca o de profesora de alguna de las asignaturas que están en vías de extinción… —dice Carmen.
—Ata… ¿qué? —interfiere la doctorcita.
—Nada, cariño… —objeta la encandilada tía como diciéndole: “es cosa de mayores”.
—Claro —asiente Carmen sin salir de su asombro.
—Pues yo he estudiado Medicina porque me gusta Anatomía de Grey. ¡A ver si me sale un novio tan guapo como el Dr. Shepard! —dice la preciosa mujercita.
—¿Ahhhh??? —contesta Carmen poniendo cara de incrédula.
—¡Ayyyy! ¿Qué no sabes de quién te hablo? Jua, jua, jua… —ríe la joven dando por sentado que la paciente es una carca.
Carmen sigue la cháchara haciéndose la tonta. Fuera de la consulta piensa que le ha faltado preguntarle:
—Doctorcita. ¿Sabe usted dónde está el apéndice o todavía no se lo ha enseñado ese doctor tan guapo?
De regreso a casa, anda cabizbaja rememorando su juventud. Por aquel entonces, sabía latín, griego, ecuaciones de segundo grado, las constelaciones del firmamento, hacía el pino puente lo mismo que bordaba una almohada con punto de cruz o dibujaba diferentes curvas elípticas para pintar a carboncillo una bóveda. Carmen conocía a los héroes cinematográficos del momento y a los del pleistoceno como John Wayne… Sabía el nombre y la ubicación de todos los huesos del cuerpo humano, los músculos… Sabía muchas cosas, como la mayoría de jóvenes que preparaban la selectividad. ¿Cómo una señorita que está en segundo de medicina no sabe lo que es la arqueología? Es obvio que algo no funciona bien —termina por decir en un soliloquio sombrío.













El chihuahua y su dueña



Ladra mamífero de cuatro patas
ladra vecina carca
deja vivir a los jóvenes
con sus alegrías y sus chanzas

—Guau, guau, guau, guauuuuuu…  —suena el constante y estridente ladrido de Frufru: el chihuahua de la vecina de abajo.
Mar entra en la cocina con cara de póquer, José (su marido) se burla del rictus malhumorado de sus labios. Claro, él nunca tiende la ropa. La que sale por uno u otro motivo a esa galería calvario con el perpetuo retintín del asqueroso perrito es ella —piensa la novensana—. La pareja de recién casados, son los inquilinos más jóvenes de todo el inmueble. Muchas fueron las viviendas que visitaron antes de decidirse a comprar la que sería su hogar. Pero cuando la joven vio el apartamento en el que viven, literalmente se enamoró de él. Todo era perfecto: precio, diseño, ubicación…
Las primeras semanas se instalaron a modo de okupas. Un colchón en el salón y algunos muebles desperdigados por los ciento diez metros de su divina conquista. Los anteriores propietarios se lo habían puesto muy fácil. Ellos se preguntaban el porqué de la rebaja económica. A los pocos días, comprendieron el quid de la cuestión. Justo bajo su flamante apartamento, vive Dña. Pilar: una longeva neurótica con un chihuahua demasiado impertinente. Un viernes por la tarde, José clavaba una litografía en la pared de la habitación principal. De repente, como si el ruido fuera superior al de una discoteca con todos los decibelios a pleno rendimiento, escuchan:
—¡Ayyyyy! ¡Ayyyyy! ¡Ya está bien de hacer ruido! —Berrea Dña. Pilar pegando golpes en el techo con el palo de la escoba y coreada por los fastidiosos ladridos de su  chihuahua.
—¡Me caguen Dios! Que le pasa al carcamal de abajo —gruñe José.
—Calla hombre, que es muy mayor —dice Mar.
—Y eso le da derecho a protestar cuando le da la ¡ganAAA!!! —vocea el esposo.
Suena el teléfono. Mar se apresura a cogerlo.
—¡Oiga señora! ¡Ya está bien de golpes! —grita Dña. Pilar.
—Pero si sólo hemos fijado un clavo y son las seis de la tarde —protesta Mar.
—¡Pues debían de haberme avisado! —chilla por el auricular la vecina.
—Per…, per…, perdone —farfulla Mar que no se  puede creer.
—Ni perdón ni nada. Se avisa y punto —grita antes de colgar la setentera histérica.
El perrito ladra que ladra. A José se le hinchan las narices…
—¡Joder, joder, joder! —brama a pleno pulmón—. Manda huevos, con la viejorra y su chucho. Ya decía yo que esta casa tenía trampa.
—No te enfades amor. La señora parece muy agradable…
—¡Ya veremos!
Mar abraza a su esposo y acaricia su espalda. Él se rinde a sus mimos y pasa página. Dos días después, Mar coloca la vajilla en el aparador que le acaban de traer. José todavía no ha regresado del trabajo.
—¡Ayyyyy! ¡Ayyyyy! ¡Ya está otra vez haciendo ruido! ¡Que no puedo más! —grita y pega escobazos en el techo la neurótica de abajo.
El teléfono no deja de sonar. Los ladridos del chihuahua destrozan sus tímpanos. Cuando Mar coge el teléfono, sólo escucha chillidos junto a los aúllos insoportables de Frufru. La pobre, alucina.
—¡Qué ruido ni que ocho cuartos! Si al final va a tener razón José. Este piso tenía trampa —contesta cabreada.
Cuelga y deja que la bruja siga berreando a través de las paredes. Pone un DVD de los Stones subido de tono y sigue con sus tareas. No le dice nada a su chico. Ya lo solucionara ella, a su forma —recapacita.
Pasan unos días…
—La, la, la, la, la… —Mar canturrea mientras plancha.
El teléfono suena. Lo coge animada…
—¡Voy a llamar a la policía! —chirría la estrepitosa voz de Dña. Pilar con el acompañamiento perruno.
—Creo que se equivoca. Estoy planchando —dice Mar con tiento.
—¡Pues deje la plancha con suavidad! ¡Me voy a volver loca!
Mar se derrumba. ¡Qué mala pata! —piensa entre sollozos—. José la pilla compungida y no tiene más remedio que contarle el suceso.
—¡Me caguen en la puta! ¡Un día de estos le retuerzo el pescuezo a Ud. y al cabrón de su chucho! —ruge José pegándole patadas al suelo.
—¡Calla por favor! —suplica Mar engatusándolo para que se le pase el calentón.
Acaban haciendo el amor sobre la mesa del salón. De repente, Dña. Pilar empieza a chillar junto con los gruñidos de su rata de compañía.
—¡Hostia puta! ¡A ver si tampoco puedo follar en mi casa cuando me dé la gana! —brama José que se ha quedado a medias.
—¡Cálmate amor mío!
—¡Que me calme!… ¡Estoy hasta los cojones de la puta loca de abajo! ¡Sí, entérese bruja! —vuelve a chillarle al suelo.
La muchacha disuade al hombre para que la deje en paz, pero sabe que las cosas no quedarán así… Una semana más tarde, Dña. Pilar se ha vestido de un sepulcral azabache que asusta al aire: su pobre Frufru ha muerto. En el piso de arriba, José y Mar brindan con cava la desaparición del bicho. Nadie, excepto la novensana, sabe la verdadera causa del desenlace: un caramelo envenenado que deslizo, enganchado a un hilo de pescar desde su galería hasta la de abajo, mientras la finca al completo roncaba. Mar sonríe satisfecha con un único pensamiento: la próxima, su dueña.










El retrato de Pauline



Mimbre sibarita
vendida por un puñado de dólares...
No llores, la vida es la vida

A finales de los 80, las vidas de Zoe y Pauline, se cruzaron para siempre. Nada tenían que ver la una con la otra. La primera, treintañera, trabajaba de dependienta en una perfumería. Tenía una imaginación desbordante y miles de escritos en los cajones. La segunda, había consumido medio siglo de vida. Era toda una señorona pija venida a menos; casada con un militar y madre tardía. Coincidencias de la vida: ambas veraneaban en un pueblecito turístico del Mediterráneo. Eran bastante reservadas y se habían hecho amigas.
***
Zoe y Pauline paseaban bajo un cielo índigo con destellos corales. La Luna estaba plena y habían caminado más que otras noches. Pero esa velada estaba llamada a ser especial. En la última cuesta de la caminata, Pauline le dijo a su amiga, que había leído todos sus relatos. Es más, la animó a seguir escribiendo. Y terminó por contarle una historia…
—Zoe, ¡creo que escribes de maravilla! —exclamó Paulline—. Deberías emplearte a fondo: lo vales, niña.
—Pauline, ¿te estás quedando conmigo? —preguntó la chica.
—Pues… ¡va a ser que no! Y para que me creas, voy a contarte una historia.
—¿De verdad?
—Bueno, más que una historia, es mi autobiografía. Puedes hacer con ella lo que te plazca.
—Pauline, no sé qué decirte… —Zoe se mordió el labio inferior, insegura.
—¿Quieres o no…? Te prevengo que es bastante dura.
—¡Ufff!!! —Zoe se sujetó la cabeza.
—Venga, Dña. Insegura. ¿Sí o no? —apremió Pauline, quien, sabía de sobra que la joven era un diamante sin pulir.
—Está bien. Cuéntamela. Ahora, no tengo ni idea qué haré en el futuro. Igual deberías enviársela a un editor. O a un agente literario…
—Te la quiero contar a ti. No estás obligada a escribirla. Y si alguna vez lo haces, puedes mezclar la realidad con la ficción, a tu gusto…
—¡Menuda golosina! ¡Adelante! Soy toda oídos —terminó por decir la escribidora amateur con los ojos iluminados por una ráfaga de luz genuina.
—Chiquilla, tú sabes que soy Canaria, ¿verdad? —dijo Pauline.
—¿Cómo no, si me lo has dicho un montón de veces?
—Allí conocí a mi Salvador. Ahora está para pocas roscas. Pero entonces era un Coronel del Ejército de Tierra, muy guapetón. Tenía cuarenta y ocho años. Yo era una chavalilla de ná… y él, ¡tan apuesto! Tostado por el sol, y con esos ojazos verde mar y esa mata de cabello espesa, negra —recordó Pauline, mirando el cielo.
—Es un hombre atractivo —aseveró Zoe.
—Tú siempre dulcificando la realidad. Dirás, un anciano de buen ver.
—Bueno, yo no quería… —Zoe se puso roja.
—Zoe, al pan, pan. Y al vino, vino.
—Dejémoslo en un hombre con encanto.
—Eso también lo tenía: iba siempre de punta en blanco. A mí, que vivía en los suburbios de Las Palmas de Gran Canaria, me pareció el príncipe de todos los cuentos de hadas que había leído.
—¿Tú, en los suburbios? No me lo puedo creer.
—Pues eso no es nada…
Zoe levantó una ceja y dijo:
—En fin, que fue amor a primera vista.
—Más o menos… —contestó Pauline moviendo la cabeza.
—Y, ¿cómo os hicisteis novios? Disculpa, no quiero entrometerme.
 —Nada de disculparte. Necesito explayarme. Y esa Luna, que nos sigue a todas partes,  me está animando a hablar.
Por  unos instantes, el rostro de Pauline se llenó de  lágrimas. Pero tras un respiro, continuó su relato. 
—Era menor de edad y pobre. Tanto que para estudiar bachillerato, me ganaba la vida haciendo favores a ciertos señores adinerados. Les gustaba a todos —Pauline miró a Zoe de reojo; a la chica se le había quedado cara de tonta. Pero salió del apuro.
—Pauline, yo… 
—Zoe, confío en ti plenamente.
—Gracias —Zoe la abrazó.
 —Verás, en Canarias hace treinta y tantos años, no se vivía igual que en la península. Todo era como un sucedáneo de la verdadera España.  Con el “boom” del turismo, la mayoría de muchachitas que deseaban prosperar se dedicaban a vender su cuerpo para ahorrar unas perras y salir hacia la península.
 —¡Es horrible! Como para que nos quejemos…  —indicó Zoe.
 —La vida es injusta. Fíjate que nos aliamos cinco jovencitas (entre ellas, yo) hambrientas y con ganas de salir del fango, decididas a trabajar en un…  —Pauline se quedó pensativa—. En un burdel.
—¡Qué fuerte! —Zoe la aprieta una mano con fuerza. Pauline saca un pañuelo y se suena.
—¡Ya te digo! Que decís ahora.
—Tómate un respiro. No hace falta que digas más.
—Necesito hablar…
—Aquí me tienes para lo que necesites.
—Lo sé…
La mirada de Pauline se perdió entre los abetos que las flanqueaban. Y allí se quedó mientras seguía confesándose…
—Mis amigas y yo —prosiguió Pauline con un respingo para no lloriquear de nuevo—, comprendimos que el negocio no estaba en brindarse a cualquiera que pasara y menos a los soldados de la base naval, sino a los mandos: ellos si podían salvarnos. Trazamos un plan para movernos con asiduidad por los locales más refinados del sector. Al poco tiempo, la suerte hizo que un capitán se fijase en nosotras. Él nos presentó a otros oficiales, y uno de ellos, nos invitó a su apartamento en el barrio más chic de la capital Canaria.
—Un pisito para las reuniones…
—Exacto. Una casa de citas con mucho glamour.
—Comprendo…
—En poco tiempo, nos convertimos en las chicas de alterne de los próceres militares. Retiradas de las calles, vestimos con elegancia y contentamos a los caballeros que acudían a las private parties.
—Debió ser muy duro para vosotras… —insinuó Zoe.
—Lo fue. Duro y lucrativo. Cincuenta por ciento para cada parte.
—Entiendo que la vivencia pasó de ser denigrante a fructífera. Vamos, que os aprovechasteis de la misma. 
—¿Dime tú que podíamos hacer?
—Morir en las calles. Me parece una postura muy inteligente.
—Sabía que me entenderías por eso quise que fueras mi cicerone —Pauline cogió del brazo a Zoe y prosiguieron su caminata.
—Ciertamente, me estás dando material para una novela —dijo Zoe.
—Apunta en tu memoria lo que escuches… ¿Quién sabe?
Pauline le contó a Zoe que a partir de ese día, las cinco  amigas llevaron una doble vida: por la mañana iban al instituto, y por la tarde a comprarse alguna que otra prenda asequible y refinada con la que vestirse por la noche. Las confesiones de Pauline fueron tan íntimas, que Zoe se devanaba los sesos cavilando en los millones de niñas, que por uno u otro motivo, ejercían el oficio más antiguo de la historia. Tanta información,  le produjo una cierta ansiedad. Repasaba, una y otra vez, todo cuanto había oído. Amén, de dejar volar su imaginación con otras tantas apuestas. Días antes de finalizar las vacaciones, Pauline fue a enseñarle unas fotografías a media tarde.
—Hola Pauline. ¡Vaya sorpresa me has dado!
—Hola querida —Pauline le dio un beso en la mejilla—. Como te he contado tantas cosas… quiero enseñarte unas fotografías. Pero podemos dejarlo para la noche.
—Para nada —contestó Zoe animada. Pauline sacó un álbum de piel marrón y lo dejó sobre la mesa. Lo abrió.
—A ver —dijo Zoe.
—Mira, esta es la primera foto que nos hicimos Salvador y yo juntos. Estábamos en el paseo de la Playa de las Canteras  —Pauline, esbozó una sonrisa—. Pero antes, te contaré qué sucedió la primera vez que nos vimos… ¿Qué te parece?
—¡Total! —dijo Zoe con agradecimiento.
—Fue en una party. Salvador estaba observándome. Y, ¡cómo me miraba! Fíjate que hasta me ruboricé —señaló Pauline. Zoe abrió los ojos como platos—. Minutos más tarde, mi jefe hizo que me reuniera con él. Don Salvador (así me indicaron que le llamara), me invitó a una copa y después pasamos a una habitación especial. Hablamos de nuestras vidas. La mía sólo tenía escritas unas cuantas páginas. Pero el flamante Coronel, llevaba varios libros. Lo habían destinado a las Palmas de Gran Canaria desde Indochina, donde se había adiestrado con tropas francesas y americanas.  
—¿Qué me dices?
—Lo que oyes Zoe. Te has quedado muerta, ¿eh?
—No es para menos.
—Hay chiquilla, qué poco sabes de la vida. A mí no me extrañó; estaba acostumbrada a que los altos mandos me contaran sus hazañas.
—Ya veo.
—La primera cita acabó tal cual. Pero D. Salvador, pagó mi compañía y añadió un extra más que razonable. Desde esa tarde, acudió a todas las reuniones. Estuvimos muchos meses conociéndonos. Mi esposo, por aquel entonces, necesitaba a una confidente mucho más que a una señorita de alterne.
—Pauline, tu vida ha sido muy larga…
—¡Ufff!!! Fíjate en esta fotografía estábamos con unos amigos…
Pasaron la tarde observando imágenes de un pasado fascinante y desconocido para Zoe. Pauline resplandecía cuando las mostraba. Era una mujer madura muy atractiva; pero de joven había sido un ángel. Alta y esbelta, de caderas redondeadas y pechos bondadosos. Ojos grises, melena dorada y labios carnosos. Un bombón. Su esposo, un apuesto caballero de porte gallardo e impecable apariencia. A Zoe, el hecho que D. Salvador hubiera llegado a Indochina en 1946, cuando era un flamante comandante amigo íntimo de Serrano Suñer, del General Valera y del General Franco, al mando de parte del ejército Nacional: le pareció un filón novelesco de oro de 24 quilates. Por la noche, siguieron hablando bajo un firmamento cristalino con pinceladas albas.

Continúa…





Anna Genovés
08/10/2014


P.D. Si te apetece, la versión papel: puedo pedirlo para ti. Te lo dedico y hablamos un rato. Que vives lejos, lo pido, te lo signo y te lo envío… Muchas gracias, amigos.



Do you remember the first time? (Subtitulada)
Pulp

                      

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