Hipólito G. Navarro: Los últimos percances & El pez volador.
Seix Barral y Páginas de Espuma (edición de Javier Sáez de Ibarra), respectivamente.

Bien. Comencemos de una vez, seamos serios. Reconozcamos que nunca sabemos cómo decir lo que queremos decir, que este segundo párrafo también se inicia en blanco y el blanco nos lleva palabra a palabra al punto final que no es final sino flotante. Muerte: hundimiento del punto flotante. De momento: punto y seguido. Mientras tanto, atragantada de venas, avanzo en estas obras a 25 inusuales grados septiémbrados, a pesar de los cuales reconcentro el gesto y encojo la espalda, sacudo los hombros y me echo encima una rebeca, pues siento escalofríos, intensos, muchos, varios por cuento.
El humor sostiene risas y penas y a su vez las penas nos hacen de perchero: qué pocos libros habría y qué sería de nosotros sin ellos/ellas. Y así, montada en la sorpresa y el humor, me invade un regusto a risa lejana, a nostalgia de un sur siempre vivido a cuentagotas: cada año un poco, un año, y otro año, y luego otro año, hasta que… hasta el hundimiento del punto flotante que indudablemente llega y se acabó, pum, todo acaba y se acabó.
Los relatos de G. Navarro no son un lindo escaparate de trucos de escritura. Desde su autenticidad iconoclasta atentan, a bocajarro, contra el régimen convencional. «¿Qué podemos decir de algo si no deja de moverse y transformarse? ¿Qué conocemos en realidad? Algo trágico nos circunda; ahora bien, ¿cabe alguna solución?», se pregunta Sáez de Ibarra en la introducción a El pez volador. Cuentos que requieren un lector crítico y atento, dispuesto a atrapar ese «pez volador» que, en su impredecible salto, acaricia por un instante los pelillos del pecho, la nariz o el entrecejo. Los pelillos del alma, si esta se enjabonara, igual que el cuerpo, en la bañera.

Los relatos de G. Navarro no son un lindo escaparate de trucos de escritura. Desde su autenticidad iconoclasta atentan, a bocajarro, contra el régimen convencional. «¿Qué podemos decir de algo si no deja de moverse y transformarse? ¿Qué conocemos en realidad? Algo trágico nos circunda; ahora bien, ¿cabe alguna solución?», se pregunta Sáez de Ibarra en la introducción a El pez volador. Cuentos que requieren un lector crítico y atento, dispuesto a atrapar ese «pez volador» que, en su impredecible salto, acaricia por un instante los pelillos del pecho, la nariz o el entrecejo. Los pelillos del alma, si esta se enjabonara, igual que el cuerpo, en la bañera.
Termino. Antes decíamos venas. Con ellas, por la noche, añadiendo tomate y carne picada, se prepara el avío. Acábense pronto los espaguetis, niños, que su madre quiere seguir leyendo.