5.
En el escritorio cada objeto tiene una marca que lo vincula con una multinacional. Excepto una libreta que Carolina me hizo con papel reciclado. Lo demás es un producto sujeto a la publicidad. Objetos para hacer confortables mis 6 horas de oficina. Para hacerme olvidar que allá afuera la realidad está en llamas, que dentro, mis páncreas y mis pulmones se pudren. Objetos para anestesiarme, para evitar los slogans contra lo que considero mi existencia:
la vida son las vacas
que pones en el río
para atraer a las pirañas
mientras los bueyes pasan
que pones en el río
para atraer a las pirañas
mientras los bueyes pasan
¿Quiénes son las pirañas? ¿Qué ruidos hacen? ¿Alguna vez alguien ha intentado hacer una barbacoa de piraña? Y ¿quiénes son esos bueyes? ¿Hacia dónde pasan? ¿Van a presenciar a los que preparan el día de campo, a esos que estarían encantados de que lo que tiene vida y respira se quedara inmóvil y dejara de conspirar? ¿Leminski leyó a Nicanor Parra o al revés: «Ordenar una vaca / y tirarle la leche por la cabeza»?
6.
Los perros locos –durante los últimos siglos de bestsellers y blockbusters- corren peligro. No por su insania o su bestialidad. Sino debido a los biógrafos y al público que exigen la redención y la epifanía. Si Disney se interesara por Li Bai no habría río, no habría horca para Villon. Nuestras sociedades demandan que los desafiantes regresen.
Unos pocos son los que mantienen el gesto de la lengua de fuera:
ayer tuve la impresión
de que dios quiso hablar conmigo
pero no le di oídos
de que dios quiso hablar conmigo
pero no le di oídos
¿quién soy yo para hablar con dios?
él que cuide de sus asuntos
yo cuido de los míos
él que cuide de sus asuntos
yo cuido de los míos