Esther comenzó a besarme apasionadamente. Entre beso y beso, no hacía más que decirme lo guapa que había ido. Que nunca me había visto con vestido y que cuando me vio llegar se le pusieron los pelos de punta. Ella seguía tocándome por todo el cuerpo. De repente, me agarró el culo y me puso contra la pared del servicio sin dejar de besarme. Me acariciaba con su lengua todos los rincones de mi boca, apretándome contra ella y contra la pared. La stripper ya me había caldeado y esa pasión de Esther me estaba provocando una explosión. Subió mi vestido hasta la cintura, dejándolo como si fuera una camiseta corta. Me quitó el tanga y lo guardó en el bolsillo de su pantalón. En ese momento, me encontraba desnuda, tan sólo con mis botas. Subí mi pierna a la tapa del baño para facilitarme el acceso. Esther se puso de rodillas en ese asqueroso baño, estaba sedienta de mí. Nunca lo hubiera imaginado. Pensé que lo de su casa tan sólo había sido una anécdota más en su diario. Pero Esther volvía a desearme. Me lamía entera sin dejarse ni un solo lugar, como hizo esa primera vez en su casa. Cuando estaba a punto de estallar, subió a mi boca, me besó, e introdujo uno de sus dedos en mí. ¡Dios! Hacía tiempo que no estaba tan excitada, yo sólo pensaba en que ella siguiera entrando y saliendo de mí. Fuera tocaban la puerta y decían algo que no lograba entender. Esther no hacía caso, la fiesta era suya y yo también. Ella seguía sin dejar de besarme y follarme cada vez más fuerte. Hasta que finalmente grité, pero rápidamente me calló la boca con un beso tan dulce como las bebidas que acompañaban las bebidas de esa noche.
—Toma, Lara, esto es tuyo —Esther me devolvía el tanga. Me lo puse y arreglé mi vestido y mi pelo. El meneo contra la pared me había dejado un nido, todo un nido en el cogote.