elefantes

Valladolid



hay un elefante en la cornisa
lo veo mientras labro la tierra.
el arado disocia mis manos con lombrices que se atan a los dedos y reptan espasmos y piel.
hay dos elefantes.
ahora bajan de la cornisa.
se hacen arrumacos o algo así. se
muerden.
los elefantes se están mordiendo.
los veo mientras
planto semillas provenientes de mis entrañas.


las lombrices de mis dedos, ahora,
son ardillas.
me recuerdan a las ardillas que crucé en valladolid.
en valladolid había un río. era oscuro y con dientes grandes.
las ardillas se apareaban en los bordes.
yo nunca me apareé en los bordes, sin embargo
mis elefantes
creen haberme visto desnuda
en alguna de sus ramificaciones.


ahora mismo
ellos
están con sus pies en el barro.
son pesados y dejan huellas de un espesor imposible de calcular.
los miro, mientras
se hunden en la plantación de semillas producto de mis entrañas.
lo que aprisiona mi respiración, son los dos elefantes que
tienen la cabeza casi cubierta por el barro.
no intento ayudarlos. es en vano
ellos están ahí, prácticamente
desapareciendo y yo,
a un lado
con el aire que se disipa por todos los costado impropios que sostienen mi cuerpo
menos
hacia adentro.
hacia adentro no hay aire.


el río de valladolid contenía un zoológico submarino.
estaba escondido y tenía forma de espalda.
había tigres de bengala, ciervos, hipopótamos y alguna jirafa.
elefantes no.
los elefantes no se sumergen, me dijeron.
los míos sin embargo, están ahí
nadando en el barro.
ya no los veo pero
los escucho.
se están respirando.



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