El escritor peruano Jorge Eduardo Benavides es uno de las plumas más prolíficas del panorama hispanohablante actual. Desde el 2009 viene publicando un libro por año. Ganador además de diversos e importantes premios literarios como el NH de relatos, el Tigre Juan o el Torrente Ballester. La paz de los vencidos obtuvo, sin ir más lejos, el premio Juan Rulfo de novela corta en 2009.
El protagonista de este libro lleva su propio diario, el libro en sí, desde el mismo momento en que aterriza en Tenerife y encuentra un trabajo como vigilante de un salón de juegos. Trabajo, por descontado, mal remunerado donde el jefe, una especie de esclavista moderno, no le deja leer. Por eso siempre se lleva un libro a su garita, desde donde se deja llevar por la lectura.
Gracias a las entradas que el protagonista hace en el diario descubrimos que le está costando más de lo esperado superar su ruptura con Carolina, que quiere convalidar sus estudios en España, o que aspira a ser algún día escritor. A través de los ojos de este joven peruano, pues de allí es el personaje, asistimos a la inmovilidad del día a día, a ese dejarse llevar por las circunstancias mientras esperamos que cambie nuestra suerte. A ese dejar la vida pasar a los lados de uno, que decía Onetti en El pozo. Finalmente ese golpe del destino le llega, pero no precisamente como él esperaba.
Uno de los aspectos más interesantes de la novela es la aparición de una serie de personajes secundarios muy bien perfilados por Benavides, todos ellos vencidos a su manera, como la mujer adicta a las tragaperras; su hija que va detrás de ella para que no se gaste el sueldo; el escritor local enaltecido y vituperado a partes iguales o la pareja compuesta por el músico uruguayo Enzo y Elena. Mención aparte me merece el profesor jubilado de ciencias que imparte clases particulares en la mesa de un bar y malvive en una pensión oscura y húmeda.
En este breve novela, Jorge Eduardo Benavides nos relata de manera profunda las soledades del hombre.
El protagonista de este libro lleva su propio diario, el libro en sí, desde el mismo momento en que aterriza en Tenerife y encuentra un trabajo como vigilante de un salón de juegos. Trabajo, por descontado, mal remunerado donde el jefe, una especie de esclavista moderno, no le deja leer. Por eso siempre se lleva un libro a su garita, desde donde se deja llevar por la lectura.
Gracias a las entradas que el protagonista hace en el diario descubrimos que le está costando más de lo esperado superar su ruptura con Carolina, que quiere convalidar sus estudios en España, o que aspira a ser algún día escritor. A través de los ojos de este joven peruano, pues de allí es el personaje, asistimos a la inmovilidad del día a día, a ese dejarse llevar por las circunstancias mientras esperamos que cambie nuestra suerte. A ese dejar la vida pasar a los lados de uno, que decía Onetti en El pozo. Finalmente ese golpe del destino le llega, pero no precisamente como él esperaba.
Uno de los aspectos más interesantes de la novela es la aparición de una serie de personajes secundarios muy bien perfilados por Benavides, todos ellos vencidos a su manera, como la mujer adicta a las tragaperras; su hija que va detrás de ella para que no se gaste el sueldo; el escritor local enaltecido y vituperado a partes iguales o la pareja compuesta por el músico uruguayo Enzo y Elena. Mención aparte me merece el profesor jubilado de ciencias que imparte clases particulares en la mesa de un bar y malvive en una pensión oscura y húmeda.
En este breve novela, Jorge Eduardo Benavides nos relata de manera profunda las soledades del hombre.