Antes, la noche era seducción. Yo creía ser el ombligo del mundo gracias al rojo exagerado que llevaba en los labios. El poder de la palabra, contar estrellas o luciérnagas o luces de neón. Daba lo mismo. Ahora, la decadencia ha ganado la partida. Tan sólo observo lo que creo perfecto, aunque no esté destinado a mis manos.
Sucumbir al conformismo de una nada que se disfraza de todo, pero que jamás tendrá tiempo para mis dramas mediocres. O de cómo añorar lo que no existe. Ese ramo de violetas en la florería de la esquina que termina pudriéndose al instante mismo en que mueren las plegarias. Esperar por Hiroshima en Buenos Aires sólo aumenta la ansiedad. Las calles amarillas plagadas de versos.
El silencio envuelve mi cuerpo frágil de amor. Vivo cuando en realidad desfallezco dentro de una utopía que desaparece con la primera luz que se enciende al amanecer.
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