Que no os despiste el título (que parece de manual de autoayuda, pero es lo contrario) y que no os engañe la ridícula cubierta (no se me ocurre nada más lejano a lo que es el libro en sí): Geoff Dyer es uno de los autores más interesantes de la literatura contemporánea, y este volumen de ensayos y/o crónicas de viaje viene a confirmarlo. En 2004 recibió algún premio, además. Lo primero que leí de Dyer fue Amor en Venecia, muerte en Benarés, una novela marciana pero muy potente, que en realidad eran como dos caras de la misma moneda, dos novelas en una. Pero luego llegó Zona, su libro sobre Stalker y la fascinación que le ha producido durante años: Zona es una obra maestra, un libro que todos querríamos escribir, mezclando ensayo, memoria y referencias literarias y cinéfilas (es un texto que le recomendé en su día a Hilario J. Rodríguez, y sé que le deslumbró, y a veces hablamos de lo mucho que nos embrujaron sus páginas). También publicaron hace años Pero hermoso, su ensayo sobre el jazz, que hace poco reeditó Mondadori y que tengo en la pila de próximas lecturas.
Yoga para los que pasan del yoga recoge 11 piezas que trazan un mapa (el mismo autor lo señala: ver la primera cita que incluyo, más abajo) de viajes, de saltos alrededor del mundo, de estancias pasajeras en Camboya, en Ámsterdam, en Roma, en Nueva Orleans… Dyer cuenta sus experiencias con diversas mujeres y/o con drogas, confiesa esos momentos de derrota en que es incapaz de leer y de escribir y de hacer nada que lo aparte de la apatía, desvela las veces en que ha visto cadáveres… Os emplazo a esta crítica de Rodrigo Fresán y a las primeras páginas en pdf. Y aquí van unos fragmentos:
Este libro es un mapa rasgado y en absoluto fiable de algunos de los paisajes que conformaron una fase concreta de mi vida. Habla de lugares donde pasaron cosas y donde no pasaron cosas, lugares donde me quedé y de cosas que se han quedado conmigo, lugares que quise ver o por los que pasé o donde simplemente acabé. En cierto modo son todos el mismo lugar –el mismo paisaje– porque la persona a la que le ocurrieron las cosas era la misma, que a su vez es la suma de todas las cosas que pasaron o dejaron de pasar en esos y otros lugares. Todo lo que aquí se cuenta pasó de verdad, pero algunas de las cosas que pasaron, pasaron solo en mi cabeza; del mismo modo, todas las cosas que no pasaron, no pasaron en mi cabeza.
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-¿Qué era lo que me has dado?
-Hierba. Solo hierba –respondí, aunque es discutible que fuera del todo cierto.
Mucha gente considera la variedad skunk un producto genéticamente modificado y en consecuencia lo boicotea.
Marie meneó la cabeza.
-¿Por qué lo has hecho?
-¿El qué?
-Darme esto.
-Pensé que sería divertido. Y útil para mi trabajo.
-¿Por qué?
-Te permite entrar en la Zona. Ya sabes, el espacio onírico de la ciudad.
-¿Y por qué quieres entrar?
-Es una versión de la ciudad que me gusta.
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Hay algo en el hecho de irse de un lugar en una barquita… algo relacionado con el movimiento de las olas, el ruido del motor: es como si dejaras atrás tu vida y, sin embargo, puesto que formas parte de la vida que dejas atrás, parte de ti se quedara allí. Morir, en el mejor de los casos, debe de ser algo así. Todo tiene memoria y todo seguía ocurriendo en un presente extendido y todo estaba todavía por venir.
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-Antes quería filmar mis sueños –le dije a Nick–. Ahora me conformo con soñar mis películas.
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Cuando uno estaba lleno de pasión, ambición y esperanza, era mejor tener cuarenta años que veinte. Era mejor que tener treinta años, cuando aquellas esperanzas que en otro tiempo te habían animado se convertían en una incordiante fuente de tormentos.
-Una vez cumples cuarenta años –le dije a Matt– el mundo entero te resbala.
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"La vida –decía la cara del espejo– se cobra su precio. Todas las decepciones y los lamentos, toda la amargura y la rabia que has intentado ocultar están saliendo a la luz, erosionando la última pátina de lozanía y esperanza. Ya no eres atractivo. Es el sino de todos aquellos que dan un valor indebido al atractivo físico. Te convertirás en uno de esos… en uno de esos cientos de individuos a los que apenas prestabas atención simplemente porque no te agradaba su aspecto".
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Las ruinas no invitan a pensar en cómo eran en su apogeo, antes de convertirse en ruinas. […] Las ruinas no te invitan a pensar en el pasado, te dirigen hacia el futuro. El efecto es casi profético. Así acabará el futuro. Así es como ha acabado siempre el futuro.
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Al contemplar todas aquellas oficinas vacías, el hormigón manchado de óxido y las ventanas tapiadas de vertiginosa decadencia, me convencí de que los edificios no acaban en ruinas sin más, sino que algo en ellos aspira a convertirse en ruinas. Ocurre lo mismo con las personas. El propósito de la arquitectura –incluso de la más barroca, en especial de la más barroca– y la medicina consiste sencillamente en frustrar esas ansias de derrumbe.
[Random House. Traducción de Cruz Rodríguez Juiz]