Elocuentes palabras que, en el caso de su autor, el compositor parisino Albéric Magnard, no quedaron en papel mojado. Quince años después de escribirlas, una mañana de septiembre de 1914, hace ahora 100 años, Magnard moría con las botas puestas defendiendo su mansión familiar del allanamiento de una patrulla de húsares que había decidido que el palacete de los Magnard era la ubicación perfecta para establecer un cuartel para las tropas invasoras alemanas durante la WWI.
Magnard, armado con un revólver, se llevó por delante a dos boches. Ante la pertinaz defensa de su patrimonio, de su patria, contra la barbarie del militarismo prusiano, los valientes soldados del Káiser (que temblaban ante la idea de ser el blanco de espontáneos francotiradores civiles belgas y franceses) prendieron fuego a la mansión… Y allí pereció el cuerpo y gran parte del alma de Albéric Magnard: muchas de sus composiciones quedaron convertidas en cenizas y se perdieron para siempre.
Irónicamente, Magnard era un sentido admirador de la tradición musical alemana, seguidor de los grandes tótems germanos (Wagner, Bruckner, etc) y de su concepción de “música absoluta”, por lo que muchos de sus colegas lo acusaban de artista “alemanizado” y antipatriota. Pero una cosa es amar la Novena de Beethoven (Magnard, al igual que el genio alemán, sufría de una severa sordera que le confería un carácter hosco) y otra, muy diferente, es tener que comulgar con las ruedas de molino del Káiser, de Angela Merkel o de la puta Frau que los parió a los dos.
Recordamos hoy la valentía y los cojonazos de Albéric Magnard: “Ningún soldado entrará por la fuerza en este sagrado hogar. Los bárbaros no entrarán en la casa de un artista. Es una cuestión de honor” (extracto del magnífico libro “Músicos ante el abismo”, escrito por el compositor y escritor madrileño Luis Agius).
No era la primera vez que Magnard se rebelaba contra la injusticia. En 1902,compuso su Himno a la Justicia, o su particular adhesión musical al movimiento de defensa de la inocencia del tristemente famoso capitán Alfred Dreyfus (víctima del antisemitismo del ejército francés).
Va por ti, maestro.