Nuevas maneras de matar a tu madre, de Colm Tóibín


Se reúnen en este tomo unos 15 ensayos del irlandés Colm Tóibín. Uno de los vínculos temáticos (y el principal) es el de las relaciones entre varios escritores célebres y sus familias, y de cómo algunos trataron de borrar de su obra la influencia (perniciosa o benigna, según el caso) de su padre o de su madre, o de cómo los ensalzaron en sus textos de ficción, o de cómo sufrieron su ausencia desde su juventud. Según cuenta Tóibín, por ejemplo Jane Austen y Henry James sustituyeron el papel materno en muchos de sus libros por el personaje de una o varias tías, tías de los protagonistas que son esenciales en el desarrollo de la trama. Casi todos los ensayos son fascinantes porque están muy bien narrados y porque el autor parte con ventaja dado que el material de partida es jugoso: véanse las historias familiares de Thomas Mann y los suyos, o todo ese pasado negro que John Cheever escondía bajo la alfombra y que descubrimos leyendo sus diarios, o la relación entre Tennessee Williams y su hermana, o las tensiones entre W. B. Yeats y su padre…

Otro de los vínculos temáticos es Henry James. Aunque el libro se divide en 3 partes (una especie de intro sobre James y Austen, historias sobre escritores de Irlanda e historias sobre escritores de otros países), la sombra del primero planea por todo el volumen, y a menudo es citado; Tóibín es un experto en Henry James, del que ya escribió The master. Retrato del novelista adulto.

Y un tercer vínculo es la homosexualidad. Aunque no todos los autores sobre los que trata este libro fueron homosexuales, sí lo fueron la mayoría, o bien eran bisexuales o llevaron una doble vida. Aparte de los citados, encontramos historias y anécdotas sobre Sebastian Barry, Brian Moore, Roddy Doyle, Jorge Luis Borges, James Baldwin o Hart Crane. Muy interesante. Muy recomendable. Tres fragmentos:

En familias como los Yeats y los James, en las que las discusiones sobre el arte y el estilo formaban parte de la vida emocional y se tenía en gran estima la escritura, los ataques al tono de la poesía y la prosa podían utilizarse para enmascarar otros ataques o volverlos más virulentos. La crítica literaria llegó a ser la moneda con que se pagaban antiguas enemistades familiares.

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[…] en junio de 1921, John Butler Yeats escribió a su hijo, que rondaba los cincuenta y cinco:

Nunca eres más feliz ni son más oportunas tus palabras que cuando en la conversación describes la vida y haces comentarios sobre ella. Pero cuando escribes poesía es como si te pusieras el frac, por así decirlo, y te obcecaras y olvidaras qué resulta vulgar en un hombre con frac. Estoy convencido de que algún día escribirás una obra sobre la vida real donde la poesía será la inspiración, como lo es la propaganda en las obras de G. B. Shaw. Lo mejor de la vida es el juego de la vida, y algún día un poeta descubrirá que es así. Confío en que tú seas ese poeta. Es más fácil escribir poesía alejada de la vida, pero es infinitamente más emocionante escribir poesía de la vida.

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La lasitud es uno de los grandes temas de Beckett. En agosto de 1930, cuando trabajaba en el libro sobre Proust, escribió: "No puedo hacer esta jodida cosa. No sé si empezar por el final o por el principio". En diciembre, una vez acabado el libro, escribió al editor de Londres para decirle que no había añadido nada. "No puedo hacer nada aquí, ni leer ni pensar ni escribir. De manera que dentro de un par de días se lo mandaré por correo sin haber introducido prácticamente ningún cambio. Debo disculparme por lo absurdo que ha sido todo el proceso. Esperaba que la parálisis me proporcionara un distanciamiento más generoso". El mes siguiente, explicó por carta a MacGreevy: "No consigo escribir nada. La frase más simple es una tortura". Poco después volvió a ponerse en contacto con MacGreevy desde Londres: "Si lograse idear algún pretexto para escribir un poema, un relato o lo que fuera, me sentiría bien. Supongo que estoy bien. Pero a veces me asusta la idea de que se me haya curado la comezón de escribir. Supongo que es por este sitio del carajo y este tiempo del carajo". Al cabo de dos semanas, nada había cambiado: "No me veo capaz de escribir diez o doce palabras seguidas sobre ningún tema". Un año más tarde, de regreso en Irlanda, seguía sin haber el menor avance. "Me resulta cada vez más difícil escribir y creo que en consecuencia escribo cada vez peor". En 1934, confió por carta a su primo: "No puedo trabajar, de la misma manera que un hombre no puede hurgarse la nariz y enhebrar una aguja al mismo tiempo. De modo que ya casi he desistido".


[Lumen. Traducción de Patricia Antón de Vez]

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