madrid.





en madrid el subte olía a flores violetas y miel. pude identificar el aroma muchos meses después, ya en casa, tratando de acumular todos los detalles más intrascendentes que pudiese recordar.
si ahora vuelvo a ese momento, me veo con los ojos cerrados, sentada en el asiento de felpa, escuchando el movimiento de los rieles e intuyendo dulce.
me di cuenta que estaba en madrid dos días después de haber llegado cuando, camino a atocha, todos los sonidos eran de los otros.
ser extranjera no siempre tiene que ver con los orígenes, sino, con una especie de ecuación resuelta fuera de tiempo, que implica el destierro interno y el tránsito por el olvido.
cuando ya todo había terminado, en el aeropuerto de barajas, compré un sandwich de aceitunas y jamón crudo. compré caramelos de frutilla y cambié euros por pesos a un costo irrisorio. apenas minutos antes de abordar el avión que me devolvería a buenos aires, me di cuenta que no sabía cómo volvería a casa.
ya en la butaca me acomodo, desenvuelvo la manta que me da la azafata. me tapo. me cubro la cabeza con la campera que llevaba conmigo. apenas puedo ver por la ventana.
el frío disuelve algo y todo lo demás, también.
fijo la vista en un pequeñísimo punto hasta dormirme.
la mirada se disuelve ahí, hasta dormirme.







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