Bulevar 20, de Miguel Alcázar


Gabriel
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Yo me noto sonriendo pero estoy mirando alrededor de mis amigos, fijándome en la gente que nos rodea, observando desde mi posición privilegiada este bulevar repleto de veinteañeros como yo. A estas horas el bar está ya bastante lleno, y la gente está distribuida en pequeños grupos de amigos y conocidos. Cada uno de estos grupos parece responder a una organización diseñada por un estilista temático, con un criterio selectivo sobre los aburridos grupos sociales de la España de hoy en día: los pijos están con los pijos, los pelonchos –grupo bastante amplio que puede ir desde el perroflauta al jipijo– con los pelonchos, los deportistas están todos juntos, e ídem con los de tribus urbanas antiguas (mods, rockers, retros). Otros grupos más radicales, como los góticos y los bakalas, están en otros sitios (en la Taberna del Tao o en las discotecas del polígono) y luego están las chicas normales que, como el normal de Sergio, también están juntas. Lo que me fascina es la homegeneización, cómo todos parecen haber pasado un casting muy exigente para poder formar parte del grupo en el que están, en el que todos pueden vestir igual y tener las mismas referencias culturales (sabes que a los pijos les gusta El Canto del Loco, sabes que a los porreros les gusta Melendi) y en el que pueden obtener una cohesión de grupo que les permita sentirse parte de algo mayor que ellos mismos y funcionar en sociedad, del mismo modo que en las fotos de Facebook, etiquetados. 

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Eduardo
La chica es superguapa, una auténtica princesa, y les digo voy a por birra solo pa' poderla ver. Según me acerco caminando –sus ojos como llorando– me pregunto qué le pasa y qué es lo que podré hacer. La maría que llevo dentro, y el saberme de papeo que la vergüenza es algo feo que no me puede vencer, me llevan hasta ella, sin prisa o ligereza, queriendo ante esta chica hacerme bien valer. Mientras me espero a que esté libre, de treintañeros comealpiste, me fijo en lo preciosa, en lo guapísima que es, y cuando se gira lo hace, sin color en las mejillas, y eso sí que es un crimen, se lo tendré que devolver. "Hola, guapetona", con sonrisa bobalicona; "¿qué es lo que quieres?", más arisca que un ciempiés. "Quiero una cerveza y que sepas que estás muy buena", ella me mira y me sonríe: "desde aquí a marihuana puedo oler". Sonando los doble uve, yo sonrío ante el cumplido, y es que está todo clarito, ya la empiezo a convencer. Cuando le digo "es una lástima que seas la camarera", ella me sonríe y suelta un "claro, ya lo sé". Me pregunta "y qué me pierdo", a lo cual no le contesto, pero para mis adentros pienso "pronto vas a ver".


[Varasek Ediciones]

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