Los poderes mágicos del ninja volador y el sufrimiento inútil

Es sábado. En mi mesita de noche descansa la edición de Nevsky Projects de 'El maestro y Margarita'. No durará mucho ahí, porque la estoy devorando a traición. La lectura anterior, 'El enigma Flatey', me supo a poco y me dejó con ganas de literatura de la buena. Los días, como podéis intuir por las líneas anteriores, se suceden plácidamente en este verano que tiene los colores de septiembre. No es habitual que la superficie de la realidad permita entrever los remolinos y los agujeros que la corrompen por dentro. En apariencia nunca pasa nada.

Pero he llegado a la conclusión de que no se puede escribir dos veces la misma novela.

Me repito la idea mientras voy al encuentro de Borja Villalón, que en esta semana de decisiones importantes ha estado muy cerca. El miércoles por la noche me acompañó a ver 'Sólo los amantes sobreviven' y fue muy claro cuando, antes de entrar a ver la peli, nos zampamos en un bar de chinos un bocadillo grasiento de lomo con queso. Me dijo: 'sabes perfectamente cuál es la verdad, no deberías engañarte por más tiempo'; y ahora ya es sábado y voy en su busca con los vampiros de Jarmusch, excepcionales en su desidia, en su estar de vuelta de todo, todavía despiertos en mi cabeza.

Tanto es así, que con ellos abrimos la conversación al sentarnos en una terraza de Matute, hablamos sobre la increíble película que vimos y sobre la idea que plantea: la no pertenencia de la obra de arte, su carácter universal, precisamente por ser genial, por ser única; su vínculo inexistente con quien la crea, que no es más que un conductor del mensaje extraordinario que llega para quedarse.

Este ataque de intelectualidad nos dura aproximadamente tres minutos, luego pasamos a temas más serios y, delante de un tinto de verano del tamaño de un pomelo, Borja me enseña la cazadora de flamencos que acaba de comprarse en el Zara de Carretas y los playmobil a 3'50€ cada uno que ha conseguido para su colección no se sabe muy bien dónde. Uno es un soldado confederado; el otro, un ninja volador con el uniforme y las alas rojas, que me gusta desde el principio y con él que siento una necesidad imperiosa de fotografiarme.

Creo que tiene poderes mágicos.

Y yo necesito los poderes mágicos del ninja volador para mi asalto del día siguiente.

No quiero hablar del domingo -las cosas que duelen de verdad deben sobrevolarse primero, antes de proceder a su despiece con la meticulosidad de los buitres- , sin embargo gracias al día de ayer he descubierto que existen dos tipos de sufrimiento: el que encierra en su cuadro genético las claves de su propia extinción y el más peligroso, aquel que no conduce a nada, capaz de instalarse en nuestra vida cotidiana para, sin darnos cuenta, dejarnos ciegos.

Durante un tiempo, y no es culpa de nadie, yo he elegido recibir una descarga periódica de este último sufrimiento inútil, y ahora que se ha terminado todo me sorprendo, analizando minuciosamente los hechos, ante el orden perfecto de los acontecimientos. Cualquiera que los observara desde fuera no dudaría al afirmar que se han ceñido a las páginas intocables de un guión...

Me han hecho daño y sé que he hecho daño; y ya sólo queda aferrarse a ese otro dolor que nos conduce de forma lenta, casi imperceptible, hasta la casilla de salida, hasta una historia nueva que, confío, tiene que empezar. Ojalá el conocimiento del proceso lo hiciera más soportable e inocuo, menos hiriente, despojado de nostalgias y remordimientos...

ojalá no tuviéramos para las heridas que nos infringen aquellos a quienes queremos la permisividad de la memoria de los peces.

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