La última película de Jim Jarmusch es una de sus obras más logradas y será, con el tiempo, una de las más recordadas e imitadas. Jarmusch suele coger un género (el western, el cine de samuráis o el drama carcelario) y darle la vuelta, mostrándonos sus costuras y proporcionando otra visión del asunto, radicalmente distinta. Aquí realiza la misma operación, consistente en contarnos una historia de amor y vampiros sin apenas dejar huellas del cine de vampiros ni caramelo de las comedias románticas: los vampiros del siglo XXI ya no suelen atacar a los humanos (que ellos califican de "zombies"), tampoco son perseguidos ni acosados con ajos, cruces y estacas y viven una existencia que conecta con la de los yonquis, comprando sangre en el mercado negro, viviendo en lugares remotos o apartados, utilizando nombres falsos en sus desplazamientos, sintiendo cierta nostalgia de otras épocas donde todo era más auténtico o menos deshumanizado (el filme es, también, una especie de lamento por el tiempo que se fue, principalmente el Romanticismo que encarnaron Keats, Byron, Shelley y compañía).
En Only Lovers Left Alive encontramos a cuatro vampiros. Adam (Tom Hildeston) vive en Detroit, recluido en un caserón mientras compone música underground; sus temas han adquirido el rango de culto, pero él se obstina en pasar desapercibido, en ocultarse, en utilizar disfraces. Sus héroes (Yo no tengo héroes, dice, sin embargo) o sus ídolos están en la pared: Mark Twain, William Burroughs, Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Iggy Pop, Charles Baudelaire, Buster Keaton… (es, por así decirlo, una declaración de intenciones del propio Jarmusch, como si nos dijera: "Aquí está casi todo lo que amo"). Eve (Tilda Swinton) vive en Tánger, ciudad que siempre identificamos con la literatura de Genet, Bowles, Burroughs, Chukri, Corso… Allí está en contacto con otro vampiro, Christopher Marlowe (John Hurt), que no es un pseudónimo, sino que es el auténtico dramaturgo, que ha sobrevivido durante siglos como vampiro, siempre a la sombra de William Shakespeare. Y aún queda un cuarto miembro: Ava (Mia Wasikowska), la joven y peligrosa hermana de Eve, que viaja de un lado a otro y siempre depara problemas. Pronto nos enteramos de que Adam y Eve están casados, y que forman una pareja desde hace siglos. Pero tienen todo el tiempo del mundo, y tal vez por eso pasan días separados, en continentes distintos, cada uno sometido a sus pasiones. Jarmusch, mediante esta historia de amor, nos habla de la eternidad, pero también de lo que significa estar enamorado "de verdad". Frente a lo que solemos decir de: "El tiempo lo destruye todo", Jarmusch coloca a sus personajes en la tesitura contraria: "El tiempo no lo ha destruido todo". Esto conecta con una frase de Vasilis Vasilicós, de su novela Lo poco que sé de Glafcos Zrasakis: Solo cuando uno no puede estar sin el otro se puede producir una unión para toda la vida. Adam y Eve se necesitan uno al otro. Podríamos aventurar que ésa es la semilla de la película.
Con estos elementos Jarmusch construye una película que te va envolviendo, que posee cierta "textura onírica", como si estuviéramos dentro de un sueño, algo a lo que contribuyen la música y los planos, algo del estilo a la adaptación de Las vírgenes suicidas. Pero además hay una pasión por la música y la literatura que a muchos nos ha subyugado. El filme está lleno de guiños y referencias. Por ejemplo, el equipaje de Eve, que conforman dos maletas repletas de libros, donde caben Cervantes, Beckett o Foster Wallace. Por ejemplo, los pseudónimos que utilizan a veces, o los nombres de algunos personajes. O esa mencionada pared. O todos los diálogos en los que hablan de escritores, de músicos y de científicos. Quien espere encontrar algo del estilo a Blade (y, ojo, soy defensor de este filme), que no vaya; quien, por el contrario, quiera ver una de las historias de amor de vampiros más finas y sutiles del cine, que no se la pierda.