Aceldama, de Francisco Jota-Pérez


En el osario de miniempleo de Aceldama, prácticamente la totalidad de lo que es en otros lugares y lo que es en el mundo se narra como una leyenda urbana o el guión de una teleserie cualquiera en la que el terrorífico giro final de la trama consiste en que uno está dentro y, a cada año que pasa, tiene menos opciones de estar fuera. Aquí se trabaja un máximo de quince horas semanales, repartidas en turnos aleatorios y según convenios infinitamente prorrogables de forma unilateral a discreción de la empresa madre; eso, sobre el papel. En la práctica, la jornada acaba siendo de quince horas diarias, cada día en un sub-departamento distinto de la misma sección, con el trabajador recategorizado en siete concordatos distintos aunque casi idénticos…

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Lo bueno de España, es que puede resultar monumental. No sólo lo fue una vez sino que lo sigue siendo y lo será. Adriana es el total de las rubias cobre de este país, el arquetipo de una excepción, y le tranquiliza sobremanera que el tópico autóctono tienda a excluirla. La vida nocturna es asquerosamente infértil para ella. Las vallas publicitarias y los estimulantes hipervínculos nacionalcomercialsocialistas que toman la noche de la ciudad, para que los felices gastadores tengan su tranquilo nicho seguro en sus dispositivos móviles cuando salen a menearse entre las farolas y fumar a las puertas entrecerradas del intercambio coital, la alegran tanto como los adornos en los frisos de la catedral del barrio de mar o la escultural mujer del paraguas que desde hace un siglo y medio espera a nadie en particular a la entrada del zoológico… España fue monumental y lo sigue siendo y lo será…

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Aceldama es la ciudad española con menor índice de pobreza relativa y está entre las cinco últimas en tasa de suicidios; por otra parte, es el núcleo urbano que mayor número de trastornos mentales diagnosticados detenta, doblando la media nacional (e incluso algunos informes defienden que, si se contabilizasen las enfermedades mentales no diagnosticadas, la cifra aún se doblaría una vez más), y el noventa y nueve por ciento de su población estudiantil roza, curso sí y curso también, el fracaso escolar. Samuel lanza golpes al aire mientras corre; se ha vendado las manos como lo hace en los entrenamientos. El alma de Aceldama es intercambio de dinero e ideas y formas de arte; algo como una turbina subyace en la ciudad y acumula la actividad sináptica de los que visitan sus más de sesenta museos y pinacotecas de vanguardia, de los matriculados a talleres de escritura y clases de baile en su docena de centros cívicos, de una economía sumergida de músicos callejeros y artistas de performance itinerantes… ¿Y dónde se excreta todo cuando ha cumplido su ciclo en el aparato digestivo de Aceldama? En la playa, tras pasar por las mismas depuradoras que filtran los torrentes fecales de las cloacas para devolver al mar lo que en cierto modo es suyo.


[Editorial Origami]

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