Recupero esta reseña del libro de Julián Marías "Notas de un viaje a Oriente" aparecida en "El Placer de la lectura", celebrando el centenario del nacimiento de el gran Julián Marías.
Dentro de la Literatura universal la dedicada a los viajes no pasa de moda. Cambia de estilo, de manera de argumentarse o de técnica, pero no se resigna a salir de las estanterías de librerías y bibliotecas. La fascinación que sobre el lector ejerce la idea de escuchar a alguien “que estuvo allí” sigue siendo la fuerza que nos atrae hacia esos textos. A pesar de esa fuerza y viviendo en esta era digital donde cada pedazo del mundo ha sido fotografiado (dando la falsa sensación de que todos hemos viajado), parece que los libros de viajes están condenados.
Pero algunos no nos resignamos como lectores y otros como editores. Páginas de Espuma ha publicado “Notas de un viaje a Oriente” (2011) de el imprescindible Julián Marías (1914-2005), recuperando así un texto singular y parcialmente publicado en el año 1934 pero del que nunca más se supo.
En el verano del año 1933 y organizado por la Facultad de Filosofía y Letras, el joven de 19 años Julián Marías se embarca en lo que se llamaba durante la Segunda República, un “Crucero Universitario”. Cerca de 200 jóvenes y profesores emprenden un viaje fascinante por varias ciudades mediterráneas y del oriente próximo. En esos días, el joven Marías escribe un diario de viaje en el que reseña su experiencia por aquellas tierras.
La obra que tenemos hoy en nuestras manos está enriquecida por un solvente aparato crítico, unas fotografías de la época hechas por el filósofo e incluye, como complemento, las cartas que desde el cada ciudad visitada enviaba Marías a sus familiares y amigos.
Hay muchas cosas de este libro que llaman la atención. Una de ellas es el manejo narrativo de Marías a pesar de su edad. Se nota que otra educación estaba detrás, a parte del talento, del estudiante. Pocos jóvenes hoy tienen esa educación, no por ellos sino por el sistema.
Destaca también la diferencia entre turista y viajero. Hay un entusiasmo por conocer, por adentrarse en las raíces de lo que de alguna forma es parte de nuestra común herencia cultural. Hoy día el turismo arrasa (como actitud ante la cultura) haciendo estragos en el intelecto del que va de ciudad en ciudad, coleccionando postales y dejando de lado la esencia de las cosas.
Otro punto a destacar es que ya no se escriben cartas como las que acompañan el texto de “Notas de un viaje a Oriente”. Con la llegada de estas nuevas tecnologías, el género epistolar se ha perdido y la economía extrema de palabras (y de letras, todo sea dicho) deja muy empobrecido a lo que llamamos hoy “correo”, por muy electrónico que sea.
El texto de “Notas de un viaje a Oriente es sin lugar a dudas una pieza clave para la comprensión de lo que luego sería Julián Marías. Es elocuente lo que consigna en el prólogo, cuando dice que más allá de los elementos culturales estaba el espiritual. Dice que al estar en el llamado santo sepulcro lo único que se le ocurrió pedir fue una vida intensa y llena de sentido cristiano. La intensidad vital de este gran pensador es sin lugar a dudas fruto de esa experiencia de juventud.
Para él y para los que le acompañaron en ese crucero (ignoro si se hizo algo igual después, supongo que no), ese viaje les dio un sentido renovado de las cosas y sus circunstancias. Una experiencia vital que el caso de Marías le transformó. Eso le ocurre al viajero, no al turista, esa es la diferencia, la actitud hacia lo que se experimenta.
Es interesante que en la entrada “Judea”, la reflexión insista en el tema de la muerte y que “vamos haciendo un viaje melancólico hacia atrás”. Esa urgencia por recordar, por consignar en un texto la experiencia, encerrándola en un diario para luego volver a ella y no olvidarla, es ciertamente un ejercicio de resurrección de quienes fuimos y un salto a la eternidad, o por lo menos a la lucha contra el olvido.
He disfrutado del viaje con Julián Marías y he recordado que hay tanto que ver y aprender que me dan ganas de salir de viaje, pero como Dios manda, como antes, y escaparme del turisteo haciéndole una finta al estrés de las vacaciones.