La primera impresión que uno recibe al merendarse las 50 o 60 primeras páginas de esta monumental novela (en todos los sentidos) es que se trata de un libro con la misma temática, intensidad y diálogos de John Grisham aunque con una escritura más próxima a la de los escritores postmodernos del estilo de David Foster Wallace. Supongo que la primera referencia no le hará gracia al autor, y que los intelectuales también desconocen ese regusto a thriller de abogados porque no han leído a Grisham (porque los intelectuales no leen a John Grisham ni a Stephen King ni a Thomas Harris), pero es así: es el primer autor que te viene a la mente.
Pero luego el asunto va cambiando. De la Pava, como digo, está más cerca de los literatos experimentales y postmodernos que de los novelistas sobre juicios al uso. Una de las diferencias es la prosa, que es magnífica, muy trabajada y bien traducida por José Luis Amores (su interés por la prosa y por el manejo del lenguaje son evidentes en la sentencia que pronuncia uno de los personajes: La precisión en el lenguaje es el más decisivo de los empeños humanos). La segunda diferencia es argumental: a Grisham le importan la trama, el nudo y el desenlace y el orden en esa estructura, mientras que de la Pava es más caótico y se interesa más por la forma, esto es, por llevar la literatura a una dimensión experimental donde puedan confluir los careos en tribunales, los interrogatorios, la sitcom o incluso el thriller de traficantes peligrosos y ladrones inexpertos. Tampoco faltan largos diálogos y disquisiciones sobre la física, la filosofía o el boxeo.
He nombrado la sitcom porque la televisión es una influencia notable en el libro. Cuando Casi, el protagonista, visita a sus vecinos, parece que estemos leyendo el guión de The Big Bang Theory (por citar un ejemplo). En determinado pasaje un sacerdote dice esta frase: ¡No es la tele, es la HBO! E incluso hay un momento que recuerda a la película Beautiful Girls y su conexión con las series: recordemos cuando un personaje de ese filme (interpretado por Michael Rapaport) admite que se quedará toda la noche despierto para ver todos los episodios de Hombre rico, hombre pobre, que pasan en un canal; en Una singularidad desnuda hay un tipo que graba todos los episodios de Los recién casados para luego reproducirlos en bucle y sin anuncios. El humor, presente en ese pasaje, es una de las características más notables del libro, que es divertido y adictivo.
En la novela encontramos largos diálogos sin acotaciones, e interrogatorios entre fiscales y testigos que parecen dignos de una obra de teatro, misivas entre un preso y su abogado, cuentos escritos en forma de poema, etc. Sólo le reprocho que, en ese magma de estilos y géneros, no haya recortado la inclusión de la historia de un antiguo boxeador (aunque me gusta mucho el boxeo, creo que dicha historia está fuera de lugar y a mí esas páginas me cansaron).
¿Pero de qué va Una singularidad desnuda? Pues, para mí, va de la vida contemporánea cuando estás metido en un ambiente de acusaciones, delitos, juicios e interrogatorios, en el marco de una sociedad en la que se enjuicia el propio sistema judicial y donde siempre son los desfavorecidos los que tienen más que perder y los que suelen acabar con el culo entre rejas. Va de estos tiempos de saturación informativa, en los que, como dice un personaje: La información lo es todo. Proporcióname la información. Suminístramela como otro producto más. El método de entrega es irrelevante.
[Pálido Fuego. Traducción de José Luis Amores]