El Rey abdica en mi día libre, todo un detalle por su parte, que me permite pasar la mañana debajo de la manta violeta, con el iPad encendido y Ana Rosa en la televisión, hablando por teléfono con Ansón y Alfonso Guerra.
Mientras en Tele Cinco todos los tertulianos intentan dar a entender que ellos lo sabían antes y lo sabían mejor, y en Twitter el 99% de mi TL cambia su foto de perfil por una banderita de la República, yo leo ‘La maravillosa O’, de Thurber, y pienso en que sólo faltan cinco días para la boda.
Así que, en el trayecto de mi casa al Kilómetro Cero, donde he quedado en encontrarme con Cris y Estela para ir a comer al indio de Lavapiés, le escribo por WhatsApp a mi geisho y esta es nuestra conversación:
YO: Recuerda que el sábado, más que nunca, tú serás mi geisho.
EG: ¿Qué prefieres, con o sin barba?
Y es llegados a este punto (justo cuando le contesto, con la naturalidad del que elige carne o pescado, “¡con!”; y él responde, sin ningún tipo de perturbación, “perfecto”) cuando me doy cuenta de lo afortunada que soy por tener al geisho, que está dispuesto a convertirse, ya no en el acompañante perfecto, sino en “mi” acompañante perfecto: perfecto en cuanto a indumentaria; perfecto en cuanto a estética facial y, por supuesto, perfecto en cuanto a temas de conversación.
Es por esto último que tomo nota mental, aún en Espoz y Mina, más por prevenir que por curar, de que debo mantener con él una charla previa al banquete sobre el tema de la sucesión y la coronación inminente… no vaya a ser que el geisho tenga intención de proponer, entre plato y plato, que quememos al aire libre la foto del heredero y proclamemos la III república en nuestro rincón de la España profunda, al más puro estilo “Palleter”.
Y es que creo que soy monárquica.
A lo mejor me lo ha contagiado Vituperio durante nuestras no pocas semanas de convivencia; o a lo mejor se debe a que Letizia y el Príncipe forman parte de ese reducido número de personas, entre las que destaca el actor guapito, a las que me encuentro en todas partes sin pretenderlo… los he humanizado, he coincidido con ellos en una sesión de cine, tomando una copa en el Jose Alfredo, entre las estanterías repletas de una librería hace ya mucho tiempo…
Y a Pablo Iglesias, que me parece un poco la carnalización para los españoles del clavo ardiendo, no lo he visto ni una sola vez. ¿Quién sabe cómo cambiaría mi opinión si me lo cruzo por la calle o en el andén del cercanías de Nuevos Ministerios?
No sé yo...
Alguien me dijo no hace tanto: “Desconfía siempre de los recién llegados y los nuevos ricos. Te irá mejor”.
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