Cecilia Quílez
La hija del capitán Nemo
En aquel instante preciso
Un ángel
Tocó
Su mano
Padre,
Estoy temblando de agua y frío. Me has arrojado a la casa de la tempestad, en el páramo más alto donde la miseria está preñada de sudor y miedo.
Oh, mi hermosa infancia entre las letras cenicientas de Alejandría. Éste, padre, es el mayor naufragio de la tierra prometida. Crecí entre pecios cubiertos de coral, ídolos de recios antebrazos y cálidas mareas al cobijo de la pesadilla incierta de la aurora. Paseábamos midiendo el esplendor del vidrio caligráfico en los profetas legendarios, jugando a la intemporalidad del limo suave del océano. Fuera, los centinelas del caos educaban a los discípulos de la necedad en un blues desafinado por el odio.
Mi eternidad, padre, sentenciada por siempre a esta árida patria donde las lápidas escupen iniciales de inocentes. Están pidiendo justicia y pan para sus huérfanos. Me duelen los oídos y puedo oírles cantar ahora mientras esparcían el trigo felices de sí mismos. Sembraban a sus mujeres, a sus hijos. Sembraban y toda la belleza les era devuelta en frutos y el orden de las estrellas que les acompañaban. Somos albaceas de la herencia de un llanto. Bendito el sacrificio de los que se fueron sin nombre dejando su llama en nuestra conciencia.
Padre, fuiste condenado al destierro por los licenciados en la cláusula de la codicia. Hoy alimentan a sus herederos con un pájaro negro en la cabeza. Poco hueso para tanta baba. Así es la mansedumbre de la victoria: un sedal de alambre para peces ciegos. Te reconozco ahora, sin asilo para respuestas. Cada noche, padre, suena a las 12 el despertador de la historia. Giran y giran las manecillas y una bailarina con escafandra baila en mis ojos. Hay un afogue de lava horadando mis entrañas. La repulsa a la pernada de la carne por los infieles de la lealtad. Tú me enseñaste el arcano mayor de la fábula bajo las ruinas de los dioses. Su luminaria ha sido pasto del embuste en los molares de un tiburón blanco. Inoculan ignorancia, ponzoña de vacío que desgarra mis horas como una turba incontenible de gatos salvajes. Asco digo, perdóname padre. Están bajando el precio a los anuncios por pleitesía. La razón es ya una variz sin retorno. O acaso el traidor anhela su misericordia en el anzuelo consagrado de lo inmortal?
Qué me has dado padre?…Son las 12 y no puedo dormir. Tiemblo de agua y tiemblo de frío. Y no quiero ser vencida.
De su libro La hija del capitán Nemo Calambur, 2014. |
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