A lo mejor Periférica es la mejor editorial española ahora, según me leen, mientras me están leyendo. A mí me gusta decir estas cosas de quién es el mejor y quién es el peor, y he de decir que la editorial no me paga un duro, ni siquiera me manda los libros, que si lo hiciese lo diría igual, estoy llegando ya un punto en que me la sopla todo. El caso es que a uno no le pagan y sin embargo dice, dice que Periférica mola, que son una editorial con una línea, que hurgan por el mundo para encontrar autores que valgan la pena y que editan bien, bonito y no precisamente barato pero barato es que en esto tiempos, para la mayoría, no hay nada.
En fin, vayamos al asunto. El asunto es la Mréjen, si hacen el favor de pinchar en el link sobre su nombre, comprobarán que la Mréjen es videoartista francesa. El adjetivo ‘francesa’ es importante porque lo francés siempre trae un halo de lo voy a hacer mejor que tú. De vez en cuando escribe libros. A mí me gusta cuando a los no-novelistas les sale una novela. Desde los más cercanos, como los poetas, a los más lejanos, como los charcuteros. No les salen tan sólidas, tan contundentes, tan bien hechas, pero encuentran otro aire, una frescura, una liviana forma de decir lo suyo. Leí Mi abuelo y El Agrio hace años por recomendación directa de Félix Romeo. La primera me emocionó la segunda también pero menos. Los mecanismos son los mismos en las dos y en esta de la que hoy hablo: la acumulación. Ya sea la acumulación de recuerdos sobre el abuelo, de conversaciones con un ex o como en Eau Sauvage de frases robadas a un padre a lo largo de los años. Es sencillo y sin embargo hermoso como una piedra redondeada a lo largo del tiempo por el agua del río.
Rosine me ha propuesto que vayamos de vacaciones con sus amigos en julio. Confieso que no me motiva lo más mínimo. Sus hijos son unos maleducados… Hablan a voces… Y, además, la mujer es vulgar, no la soporto.
Al parecer existe un sistema último grito para implantar cabello en la cabeza, lo arrancan de detrás y lo ponen en el cráneo; me gustaría probar.
El pelo cano lo envejece a uno. ¿Vosotros qué pensáis? Me apetece teñirme de moreno.
¿Una úlcera? Es un agujero en el estómago.
¿Qué te preparas para comer cuando estás sola? ¿Pasta, arroz? Ah, sí, te comprendo. Yo hago lo mismo, no me gusta cocinar platos muy complicados. ¿Y cuando invitas a amigos?
¿Dónde vas a hacer la compra? ¿Tienes un supermercado en el barrio?
Y tu amiga la que dibujaba, ¿cómo se llamaba? ¿Le va bien, trabaja? ¿Le gusta? ¿Me has dicho que estaba casada?
¿Y aquélla con la que fuiste a Italia? Eso es, siempre olvido su nombre. ¿Qué era lo que hacía? ¿Y tu amiga americana? ¡Siempre sonriendo! Es encantadora… Ah, me gusta mucho.
Y así, sin prisa pero sin pausa, sin miedo ni esperanza, recopilando un ser humano, una relación. Como en un juego del Oulipo, como recopilar todos los recuerdos posibles, en este caso todas las réplicas de un padre, apostando por la vida, lo anodino, lo prosaico, lo que no lleva a ningún sitio, sin tener que epatar, con un diálogo de un solo sentido poco a poco dándole aristas al personaje, cuando se equivoca, cuando se enfada, cuando está de buen humor, cuando sufre. Tras noventa páginas un llega profundamente conmovido, la historia de un padre que es la de todos los padres, la historia de la relación de un padre y un hija, pues si algo también es importante es que aunque las réplicas de la hija no están está el espacio para ella que ocupamos nosotros, los lectores, a los que se dirige ese padre, y en algún momento, acabamos enfrentados a nuestro propio padre, y entonces no hay escapatoria. Mréjen sabe lo que hace, lo hace de forma honesta, no engaña, y eso es importante.
*La traducción es de Sonia Hernández Ortega y a mí me parece más que correcta. Conservando la sencillez de la palabra dicha, una de las claves para que funcione una novela de este tipo.
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