Mi intención, querido lector, es ofrecerte herramientas y darte consejos para conseguir trabajo en poco tiempo, además de ayudarte a mejorar como persona y aprender a subsanar con mayor eficacia esos conflictos a los que nos enfrentamos a diario y que tanta energía nos roban. Si logramos guardar esa energía para las cosas que verdaderamente nos importan en lugar de derrocharla en disputas e tres al cuarto, ¿no crees que todo nos va a salir mucho mejor? Otro gran objetivo que me propongo es ser claro y hablarte de situaciones reales en las que te vas a encontrar cada dos por tres sin dar demasiados rodeos.
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Recuerda lo más importante: buscar trabajo es un trabajo.
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Estás jodido, eso sí, pero no perdido. Intenta convencerte de que has tocado fondo, de que peor las cosas no te pueden ir, ármate de perseverancia y ponte a trabajar de lo que sea convencido de que esta máxima, que de hecho va a ser uno de los pilares centrales de este libro: nunca hay que pedirle dinero prestado a nadie, ni siquiera a familiares, excepto que sea una situación de vida o muerte. Grábatelo a fuego en la cabeza e incluso hazte un tatuaje en el brazo para que puedas leer la frase cada mañana mientras te lavas los dientes: NO SE PRESTA DINERO NI SE PIDE PRESTADO.
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Cuando cumplí veinte años abandoné mi nido familiar en Italia y toda la seguridad que me ofrecía mi familia para lanzarme a la aventura por tierras de España con tres mil euros en el bolsillo (ahorrados trabajando todo el verano como un burro). ¿Inquietud, ganas de aventura, locuras veinteañeras? Tal vez fuera un poco de todo. Aterricé en Sevilla siguiendo los pasos de mis héroes de la literatura picaresca española y empecé una nueva vida. Todo muy bonito, pero a los dos meses terminé el dinero (una parte se fue en el alquiler y la fianza del piso) y un buen día me encontré con seis euros en el bolsillo. Saldo en el banco: cero.
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Vivimos en el mundo de la titulitis, no se te olvide nunca, y desafortunadamente no lo vamos a cambiar nosotros por injusto que nos parezca.
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[…] Con la obstinación, en cambio, tengo altas probabilidades de conseguir un trabajo, y eso a mi casero le va a gustar mucho más que el hecho de que yo sea un tipo políticamente correcto, pobre y desocupado que no quiere molestar a nadie, pero que está sin blanca. Ser políticamente correcto es un billete de solo ida al maravilloso universo de las hostias, toma nota. La vida es de por sí incorrecta, así que hay que actuar en consecuencia y dar la brasa hasta que nos llamen agotados y nos ofrezcan el trabajo.
[Editorial Base]