Presentación de ‘La Fiera’

La Fiera Ben Clark




La Fiera

Y hoy escribo una columna sobre un libro de poemas. ¿Qué función puede cumplir la poesía en las páginas de un diario generalista? Tal vez ninguna. Los antiguos dioses, jóvenes como promesa fetal, esperan agazapados su momento; pero su momento, me hago cargo, no es esta columna. Esto sólo es un capricho mío, y una prueba de gratitud lectora: qué gran libro es La Fiera, de Ben Clark (Editorial Sloper, 2014).

Bueno, también es un aviso a navegantes: Clark presentará La Fiera el próximo viernes en la ibicenca Librería Hipérbole, acompañado por Pep Tur. Como el autor es buen mozo y encantador, un poco George Peppard sin prisas, el acto es un must. 

Hay dioses atravesando, muy discretos, los versos de este joven ibicenco de trayectoria saltarina (lo mismo le canta a la Basura (Editorial Delirio) que a la zoología) y mirada limpia y densa. Están ahí desde el principio, como lo está el viaje, que se parece mucho a la vida y a las cosas importantes dichas sin ponerse estupendos. Y está el amor, cantado casi como si fuera otra cosa, como si fuera una pelea en la jungla o una película en la que nadie salva al mundo del fin del mundo, porque total. 

Yo lo que le pido a la poesía, cuando me da por pedirle algo, es que en ella se confundan el instante y la eternidad; que esté salpicada de revelaciones, aunque sean pequeñas, aunque nazcan de la contemplación de la pinza de la ropa; que pueda leerla muchas veces como tarareo una canción de Battiato (si prendre tutto, anche il caffè…) y hasta recreo con los dedos el aporreo del infernal Casio, sólo que cada nueva vez no me sienta de nuevo en casa, sino en una casa nueva, un poco más amplia y acogedora. Todo esto lo tiene La Fiera, un libro tan natural y cercano y cósmico que como repase lo que he escrito me arrepiento: no hay que escribir de La Fiera, todavía no. Hay que leerla, de momento. Leer esto, por ejemplo: “no es raro que sucedan los milagros. / Lo raro es que sucedan por escrito”. O esto: “Porque fui de titanio dos años y tres días / puedo hablar de los deseos del frío, / de la quietud y el eco / de los polideportivos. Dos años / y tres días enteros sin llorar. / Metal”. Pero suceden. 

Miguel Dalmau y Vicente Valero, que van a misa, recuerdan en la contraportada de La Fiera que Ben Clark es un poeta bastante anglo, con su metafísica de miércoles por la tarde y su dicción sutil, con su ironía divertida y su universo en un canto rodado. Esto es hermoso y paradójico, porque yo juraría que también es un poeta mediterráneo, aunque sólo al final entre en escena el almendro en flor, como el niño más guapo de la función escolar, “antiguo dentro de un mundo viejo”. Y quizá sin pensar en ello, es un poeta isleño que aunque viaje lejos siempre vuelve “al centro inestable de los límites”. Como son isleños, a la contra, Los extraños de Valero Editorial Periférica) o los viajes dandi y exóticos de Enrique Juncosa en Los hedonistas (Los Libros del Lince). Por cierto, ¿qué ocurre en Ibiza? Parece de pronto un pequeño centro literario del mundo. 

 Josep Maria Nadal Suau 

(El Mundo, 17 de mayo 2014)




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