Se cumplen estos días seis meses de la publicación de Agua dura en el catálogo de Ediciones del Viento, y siete de su aparición en Sub-Urbano Ediciones, el sello digital de Miami. A falta de que vean la luz otras entrevistas ya pactadas y pendientes en revistas digitales durante las próximas semanas, intuyo que, muy probablemente, la que hoy comparto sea la última entrevista que aparezca en un medio impreso en torno a mi libro de relatos. Para no saturar este sitio, desde el pasado otoño he ido recopilando todo lo que aparecía al respecto en los medios en una página dedicada a Agua dura, y he preferido dejar la bitácora para otro tipo de contenidos. Llegado el momento de hacer balance, no tengo más que palabras de agradecimiento para todos esos lectores, libreros, críticos literarios, periodistas culturales y compañeros de oficio y escritura que le han dedicado su tiempo, su atención y sus palabras a mis relatos y a mi estreno en solitario como autor de narrativa. Podría hablar de mil detalles, también de algunos sinsabores, silencios y decepciones, pero sería un completo necio, además de un ingrato, si no me quedara con todo ese caudal de buena energía hacia mi trabajo y hacia mi manera de entender la literatura.
Siento que se ha cumplido el primer ciclo natural de vida de Agua dura, y que todo lo que venga a partir de ahora será el lento goteo del boca a oreja, además de que en unos pocos días llegará a las librerías mi nueva propuesta, el libro colectivo Madrid, Nebraska, en el que voy a concentrar mis energías, repartidas entre la escritura de mi novela y otros proyectos en ciernes. También se acerca una nueva edición de la Feria del Libro de Madrid, en la que un año más tendré la suerte de trabajar, en esta ocasión a cargo de la caseta (n.º 289) de la editorial Atalanta. Por todo ello, creo que ha llegado el momento de darle las gracias a los que han apoyado esta docena de cuentos y de pasar página en lo que a la promoción del libro se refiere, más allá de esas entrevistas y reseñas pendientes en la red y de algunas firmas durante la Feria, durante las que espero reencontrarme con muchos de mis lectores y poder conocer por fin a otros en persona.
Han pasado un montón de cosas buenas con Agua dura, algunos de los críticos literarios que respeto y varios de los escritores que más admiro me han hecho sentir que voy por buen camino con mi narrativa, muchos lectores me han hecho saber que mis historias han llegado a emocionarles y hasta varios de mis relatos han sido o están siendo traducidos a otros idiomas. ¿Qué más puedo pedir? Aunque desde el principio confié en mi trabajo y en que valía la pena defenderlo, hace seis meses, cuando llegó por fin a las librerías, no pensé que este primer libro fuera a darme tantas alegrías. Ahora toca seguir aprendiendo, seguir trabajando y construir nuevas historias. Gracias una vez más. Os dejo con la entrevista que me hizo el escritor Javier Morales en el número de mayo de la revista Leer. Hasta pronto.
para leer / FicciónEntrevistaSERGI BELLVERJAVIER MORALESLlama la atención de 'Agua dura' que, a contracorriente de escritores adscritos casi con fanatismo a una escuela, rinde homenaje a géneros y autores de distintas tendencias.Soy escritor de vocación tardía y mi libro tiene algo de licenciatura como narrador, después de haber trabajado desde 2010 en mis relatos, puliéndolos, dándoles salida en varias antologías hispanoamericanas y, sobre todo, llenando papeleras de borradores. Como lector, intento alimentar siempre mi curiosidad, lo que me ha hecho disfrutar sin complejos de leer a Stephen King, por ejemplo. Pero hay autores que me han marcado durante décadas, desde que descubrí de adolescente a Conrad, Chéjov o Cortázar, o cuando, ya pasada la treintena, Faulkner, Kafka o Dostoievski me cambiaron la vida. Procuro leer a mis contemporáneos y ser permeable a otras voces mientras sigo buscando la mía. Huyo de cualquier impostura y esnobismo, pero, de entrada, me interesa todo lo que esté escrito con verdad y oficio.La mayoría de sus personajes parecen náufragos en una isla rodeada de “agua dura” (metáfora oscura, la llama), seres perdidos en busca de una orilla donde refugiarse.Quiero pensar que, en esas mareas que anegan cada historia, mis personajes tienen una oportunidad para salvarse. Me interesaba situarles frente al naufragio y ponerles a prueba, ver de qué pasta estaban hechos y cómo revelaban su naturaleza al responder a cada conflicto. Ese mismo azogue es el que he intentado colocar ante del lector, para que reconozca sus propios temores y obsesiones, para que mis cuentos le dejen la incómoda sensación de que no estamos nunca del todo a salvo, de que vivir es no dejar de nadar hacia quién sabe qué orilla. Por eso no me gusta dejar los cuentos demasiado cerrados, para que sea finalmente el lector quien decida si mis personajes se ahogan o salen a flote.Como en el relato que abre el libro, “Propiedad privada”, hay varias historias con el desencuentro entre hermanos y la extrañeza familiar como telón de fondo, como si ni siquiera les concediera ese consuelo.Si esa metáfora con algo tan cotidiano como el agua dura que obstruye nuestras cañerías me sirvió para hilar simbólicamente los relatos del libro, y ya que el agua ha representado desde tiempos arcanos el flujo de las emociones humanas, la familia como primera y constante fuente de conflicto en nuestras vidas me ofrecía también la posibilidad de ahondar en la psicología de mis personajes. Es un tema recurrente en Faulkner, Kafka o Dostoievski, pero es sobre todo algo que forma parte de mis propios demonios personales, y al filtrar con la ficción ese poso de verdad he querido activar en los lectores resortes que no les dejen indiferentes, pues todos, de algún modo, hemos sido arrojados a una familia no elegida en la que hallamos refugio o de la que huimos para buscar nuestro lugar en el mundo.Hay humor en su narrativa, pero abundan las historias desgarradoras y tristes. En “Los ojos de Sarah”, por ejemplo, aborda con valentía y desde una perspectiva diferente el Holocausto judío y sus consecuencias, un tema sobre el que algunos creen que se ha escrito todo.Ese rastro de humor en mis cuentos aparece en contadas ocasiones y con cierta crueldad cervantina. Abundando en la posibilidad de redención de sus protagonistas, es cierto que hay dureza en mis relatos, como la violencia y la locura que articulan “En la boca del otro” o el terror psicológico de “El nudo de Koen”, pero, intentando emular a Chéjov, le ofrezco al lector unos modelos miserables para que, por oposición, reaccione y sienta que por nada del mundo quisiera responder a esos arquetipos. Sucede por ejemplo en “Islandia”, quizá el relato que ha dejado más huella en los lectores, y en el que es precisamente el personaje del hermano fallecido el que contagia entusiasmo por seguir un camino propio en la vida, sin atender a las expectativas ajenas. En cuanto a los temas, sean la Alemania nazi o cualquier otro, no hay ninguno agotado siempre que el escritor ofrezca un prisma genuino.