Hoy presentamos la nueva novela de Mario Crespo: zamorano, escritor, bibliotecario y cineasta, tras la buena acogida de sus libros LS6, Cuento kilómetros y Biblioteca Nacional.
Mario también ha dirigido los cortos Odio, Sin Título y Death.
Su nuevo libro es una de las grandes apuestas de Ediciones Lupercalia, editorial que dirige el poeta y escritor Ricardo Moreno Mira y que nace con voluntad de publicar lo que otros no publican, digamos una literatura marginal, arriesgada, no convencional, con autores cuyos libros acaba de editar o editará en los próximos meses, como Vicente Muñoz Álvarez, Alexander Drake, Pepe Pereza, Carlos Salcedo, David Refoyo o Daniel Bernabé.
Algunos se preguntarán qué tiene de marginal o de arriesgado el nuevo libro de Mario.
Pues bien, para mí hay fundamentalmente dos factores:
En primer lugar: si por algo, en mi opinión, destaca Mario Crespo (como escritor pero también como persona) es por su inquietud, por su manera de aprender y de experimentar, por sus ansias de perfeccionar lo que sabe y lo que va aprendiendo. A menudo, cuando cada semana nos escribimos correos, Mario me dice que está leyendo tal o cual novela o a tal o cual autor porque “está investigando”. Él no me cuenta que está matando la tarde o pasando el rato, sino que está investigando cómo otros escritores utilizan la técnica y cómo manejan los conceptos y la estructura. Y esto me parece muy interesante.
De esas investigaciones y de ese aprendizaje de la técnica sale un escritor que no le tiene miedo a nada y que se la juega en cada página.
Uno está harto ya de leer libros escritos por los famosos de turno, obras que parecen redactadas con el piloto automático. Un escritor se hace famoso con su primer o segundo libro, se apropia de él una gran editorial y parece que luego escriben sin ganas, que escriben novelas comerciales en las que no arriesgan. Es lo que yo llamo "escritores acomodados". Esa gente no tiene vocación de riesgo, no incomoda, y por supuesto aburre a los lectores y creo que incluso a sus editores.
El caso contrario sería un autor como Mario Crespo.
En segundo lugar: creo que su libro es arriesgado porque nos ofrece una novela de novelas cortas, o una gran novela formada por novelas breves, si lo prefieren. En cada libro, Mario obliga al lector a pensar, a reflexionar. A pensar en el tratamiento y el análisis político (porque Mario siempre introduce esos dibujos sociales, políticos y económicos: es un autor al que le interesa mucho lo que sucede alrededor, lo que estamos viviendo, en qué momento estamos y hacia dónde nos llevará la situación actual) y a pensar en la estructura, en cómo se las ha arreglado para que las piezas encajen.
En La 4ª nos encontramos con dos libros que en total nos ofrecen seis partes (o seis capítulos):
Todas esas partes transcurren en Semana Santa.
En todas ellas cambiamos de escenario y de año: de los paisajes abúlicos de Zamora (nuestra tierra) en los años 80 pasamos al Nueva York del 2010 y de ahí saltamos a los años 70 en Sanabria.
Son sólo algunos ejemplos de la “movilidad” o "dinámica" de esta novela, que en el fondo también es un libro de viajes a lo Jack Kerouac (escritor que, me consta, le gusta mucho a Mario), pero quienes más viajamos somos nosotros, los lectores, antes que los personajes. Y esto que digo lo entenderán quienes ya hayan leído el libro.
En cada una de esas breves partes de la novela se nos habla fundamentalmente de un personaje obsesionado con una 4ª dimensión donde habitan los muertos y los personajes de ficción, y que acaba fundando una religión: La 4ª Iglesia.
Y que también acaba escribiendo una novela titulada “La 4ª”, que forma parte del mismo libro que estamos leyendo. Con lo cual aquí ya entramos en el terreno de la metaliteratura.
A lo largo de La 4ª (de la novela en su conjunto) seguimos las evoluciones y los cambios de ese personaje, a veces llamado Carlos y a veces llamado Alberto, dependiendo de la época, del escenario y de las circunstancias.
Es, además, una novela plagada de sorpresas.
Una de ellas es que va cambiando de narrador en cada parte, de tal modo que los giros son absolutos en cada capítulo, configurando lo que yo calificaría de triple salto mortal
porque Mario nos cambia:
de ciudad,
de narrador,
de línea temporal.
Sin olvidar que también cambia de género.
Porque La 4ª es, a veces, novela de aprendizaje (o de formación), o novela con trasfondo de tráfico de drogas, o novela de ciencia-ficción, por citar algunos ejemplos.
Siguiendo con las sorpresas, para mí es muy admirable el potaje narrativo, temático y estructural que Mario nos ofrece:
con todos los elementos que maneja el autor (y cito unos cuantos: Semana Santa, postmodernidad, clasicismo, tráfico de drogas, presente, pasado y futuro, cáncer, fútbol, crisis, internet, amores juveniles, Sevilla, Zamora, Nueva York, Madrid…), con todos esos elementos, Mario va cocinando un potaje con tanta habilidad narrativa y tanta pericia que ese plato resultante sea delicioso. No se atraganta ni resulta excesivo. Muy al contrario: todos los elementos cuajan y se compenetran. Todo cobra un sentido.
Y no sólo eso: además, pese al laberinto estructural, uno devora el libro. No puede dejarlo desde el momento en que lo empieza.
Personalmente, a mí me ha recordado mucho a las novelas que leíamos de niños, las de la colección “Elige tu propia aventura”.
En esos libros de tapa roja, de aventuras, el lector elegía los caminos, un poco a la manera de la Rayuela de Julio Cortázar, y lo excitante era que nunca sabías qué iba a depararte el camino, hacia dónde iba a llevarte cada elección.
Leer La 4ª es igual de excitante: nunca sabemos ni podemos adivinar ni intuir qué nos ofrecerá el capítulo siguiente, qué narrador, qué ciudad, qué temática. Con la diferencia de que, aquí, el autor no se queda en el mero entretenimiento, no se conforma con el "espectáculo" de aquella colección destinada a lectores juveniles, sino que, como apunté antes, añade reflexiones sociales, políticas, económicas, espirituales…
Otra de las sorpresas de la novela (y esto ya es muy personal, es decir que es algo que a mí me entusiasma) es que contiene referencias y homenajes al cine y a la literatura casi en cada página, empezando por los títulos de los capítulos: La historia interminable, Origen, El padrino…
Y además es una novela que constantemente nos obliga a plantearnos cosas: ¿puede otro narrador influir no sólo en nuestro libro, sino también en nuestra vida, cuando esa otra persona se introduce en nuestra narración y la altera?, ¿hay otro rincón de la conciencia donde podamos reencontrarnos con nuestros muertos?, ¿hacia dónde nos empuja este momento actual de crisis, hipotecas, prohibiciones, dictadura laboral y fascismo empresarial?
Todo esto se lo plantea Mario y todo eso acaba desembocando en uno de los capítulos, el ambientado en 2046 (guiño a la película de Wong Kar-Wai, cineasta que sé que le apasiona). Es el capítulo en el que confluyen todas las líneas narrativas y todos los personajes y para mí es el mejor de la novela (pero no puedo desvelar más porque entraríamos en el terreno del spoiler).
Como apunte final, sólo diré que yo llevo años dándole vueltas a la idea de hacer algo así: de escribir sobre una dimensión en la que vivos y muertos, seres reales y personajes ficticios, se den la mano.
Pues bien: Mario ya lo ha hecho por mí, lo ha hecho muy bien y no podemos sino aplaudirlo.
José Angel Barrueco
Mario también ha dirigido los cortos Odio, Sin Título y Death.
Su nuevo libro es una de las grandes apuestas de Ediciones Lupercalia, editorial que dirige el poeta y escritor Ricardo Moreno Mira y que nace con voluntad de publicar lo que otros no publican, digamos una literatura marginal, arriesgada, no convencional, con autores cuyos libros acaba de editar o editará en los próximos meses, como Vicente Muñoz Álvarez, Alexander Drake, Pepe Pereza, Carlos Salcedo, David Refoyo o Daniel Bernabé.
Algunos se preguntarán qué tiene de marginal o de arriesgado el nuevo libro de Mario.
Pues bien, para mí hay fundamentalmente dos factores:
En primer lugar: si por algo, en mi opinión, destaca Mario Crespo (como escritor pero también como persona) es por su inquietud, por su manera de aprender y de experimentar, por sus ansias de perfeccionar lo que sabe y lo que va aprendiendo. A menudo, cuando cada semana nos escribimos correos, Mario me dice que está leyendo tal o cual novela o a tal o cual autor porque “está investigando”. Él no me cuenta que está matando la tarde o pasando el rato, sino que está investigando cómo otros escritores utilizan la técnica y cómo manejan los conceptos y la estructura. Y esto me parece muy interesante.
De esas investigaciones y de ese aprendizaje de la técnica sale un escritor que no le tiene miedo a nada y que se la juega en cada página.
Uno está harto ya de leer libros escritos por los famosos de turno, obras que parecen redactadas con el piloto automático. Un escritor se hace famoso con su primer o segundo libro, se apropia de él una gran editorial y parece que luego escriben sin ganas, que escriben novelas comerciales en las que no arriesgan. Es lo que yo llamo "escritores acomodados". Esa gente no tiene vocación de riesgo, no incomoda, y por supuesto aburre a los lectores y creo que incluso a sus editores.
El caso contrario sería un autor como Mario Crespo.
En segundo lugar: creo que su libro es arriesgado porque nos ofrece una novela de novelas cortas, o una gran novela formada por novelas breves, si lo prefieren. En cada libro, Mario obliga al lector a pensar, a reflexionar. A pensar en el tratamiento y el análisis político (porque Mario siempre introduce esos dibujos sociales, políticos y económicos: es un autor al que le interesa mucho lo que sucede alrededor, lo que estamos viviendo, en qué momento estamos y hacia dónde nos llevará la situación actual) y a pensar en la estructura, en cómo se las ha arreglado para que las piezas encajen.
En La 4ª nos encontramos con dos libros que en total nos ofrecen seis partes (o seis capítulos):
Todas esas partes transcurren en Semana Santa.
En todas ellas cambiamos de escenario y de año: de los paisajes abúlicos de Zamora (nuestra tierra) en los años 80 pasamos al Nueva York del 2010 y de ahí saltamos a los años 70 en Sanabria.
Son sólo algunos ejemplos de la “movilidad” o "dinámica" de esta novela, que en el fondo también es un libro de viajes a lo Jack Kerouac (escritor que, me consta, le gusta mucho a Mario), pero quienes más viajamos somos nosotros, los lectores, antes que los personajes. Y esto que digo lo entenderán quienes ya hayan leído el libro.
En cada una de esas breves partes de la novela se nos habla fundamentalmente de un personaje obsesionado con una 4ª dimensión donde habitan los muertos y los personajes de ficción, y que acaba fundando una religión: La 4ª Iglesia.
Y que también acaba escribiendo una novela titulada “La 4ª”, que forma parte del mismo libro que estamos leyendo. Con lo cual aquí ya entramos en el terreno de la metaliteratura.
A lo largo de La 4ª (de la novela en su conjunto) seguimos las evoluciones y los cambios de ese personaje, a veces llamado Carlos y a veces llamado Alberto, dependiendo de la época, del escenario y de las circunstancias.
Es, además, una novela plagada de sorpresas.
Una de ellas es que va cambiando de narrador en cada parte, de tal modo que los giros son absolutos en cada capítulo, configurando lo que yo calificaría de triple salto mortal
porque Mario nos cambia:
de ciudad,
de narrador,
de línea temporal.
Sin olvidar que también cambia de género.
Porque La 4ª es, a veces, novela de aprendizaje (o de formación), o novela con trasfondo de tráfico de drogas, o novela de ciencia-ficción, por citar algunos ejemplos.
Siguiendo con las sorpresas, para mí es muy admirable el potaje narrativo, temático y estructural que Mario nos ofrece:
con todos los elementos que maneja el autor (y cito unos cuantos: Semana Santa, postmodernidad, clasicismo, tráfico de drogas, presente, pasado y futuro, cáncer, fútbol, crisis, internet, amores juveniles, Sevilla, Zamora, Nueva York, Madrid…), con todos esos elementos, Mario va cocinando un potaje con tanta habilidad narrativa y tanta pericia que ese plato resultante sea delicioso. No se atraganta ni resulta excesivo. Muy al contrario: todos los elementos cuajan y se compenetran. Todo cobra un sentido.
Y no sólo eso: además, pese al laberinto estructural, uno devora el libro. No puede dejarlo desde el momento en que lo empieza.
Personalmente, a mí me ha recordado mucho a las novelas que leíamos de niños, las de la colección “Elige tu propia aventura”.
En esos libros de tapa roja, de aventuras, el lector elegía los caminos, un poco a la manera de la Rayuela de Julio Cortázar, y lo excitante era que nunca sabías qué iba a depararte el camino, hacia dónde iba a llevarte cada elección.
Leer La 4ª es igual de excitante: nunca sabemos ni podemos adivinar ni intuir qué nos ofrecerá el capítulo siguiente, qué narrador, qué ciudad, qué temática. Con la diferencia de que, aquí, el autor no se queda en el mero entretenimiento, no se conforma con el "espectáculo" de aquella colección destinada a lectores juveniles, sino que, como apunté antes, añade reflexiones sociales, políticas, económicas, espirituales…
Otra de las sorpresas de la novela (y esto ya es muy personal, es decir que es algo que a mí me entusiasma) es que contiene referencias y homenajes al cine y a la literatura casi en cada página, empezando por los títulos de los capítulos: La historia interminable, Origen, El padrino…
Y además es una novela que constantemente nos obliga a plantearnos cosas: ¿puede otro narrador influir no sólo en nuestro libro, sino también en nuestra vida, cuando esa otra persona se introduce en nuestra narración y la altera?, ¿hay otro rincón de la conciencia donde podamos reencontrarnos con nuestros muertos?, ¿hacia dónde nos empuja este momento actual de crisis, hipotecas, prohibiciones, dictadura laboral y fascismo empresarial?
Todo esto se lo plantea Mario y todo eso acaba desembocando en uno de los capítulos, el ambientado en 2046 (guiño a la película de Wong Kar-Wai, cineasta que sé que le apasiona). Es el capítulo en el que confluyen todas las líneas narrativas y todos los personajes y para mí es el mejor de la novela (pero no puedo desvelar más porque entraríamos en el terreno del spoiler).
Como apunte final, sólo diré que yo llevo años dándole vueltas a la idea de hacer algo así: de escribir sobre una dimensión en la que vivos y muertos, seres reales y personajes ficticios, se den la mano.
Pues bien: Mario ya lo ha hecho por mí, lo ha hecho muy bien y no podemos sino aplaudirlo.
José Angel Barrueco