El 18 de mayo de 1917, en plena Primera Guerra Mundial, se estrenó ‘Parade’ en el Théâtre du Châtelet de París. Era viernes, exactamente el mismo día de la semana en que, casi un siglo después, me encontré con Jordi Corominas en la entrada del CaixaFórum de Madrid.
Lo que voy a contar sucedió hace ya algún tiempo.
El ajetreo del Paseo del Prado fluía a nuestros pies y un sol imprevisto contrastaba con el tabardo marinero de Jordi, oscuro con el pespunte de los ojales rojo. El poeta estaba contento. Llevaba un suéter de cuello alto de color azul y soltó la maleta para abrazarme. En ella guardaba todos los instrumentos y las baratijas extrañas, imprescindibles para el show Loopoético de esa misma tarde, convertido sin duda y casi por casualidad en uno de sus objetivos vitales; pero en ese momento dejar que cayeran al suelo no le importó, porque (y esto es muy importante) por encima de todo de lo que estamos hablando aquí es de una exótica e indestructible relación de afecto, que ha crecido sola en el bosque, sin más riego que el de la lluvia y sin más cuidados que el de los ariscos animales salvajes.
Somos amigos, Jordi y yo. Con muy pocos hombres me siento tan cómoda.
Y aquella mañana bromeamos con la idea de hacer mutis por el foro y no presentemos al espectáculo: el estreno madrileño de Loopoesía 2014, ‘Al aire libre’.
La ciudad nos engulló sin hacer demasiado ruido. Contribuimos a componer su música con nuestros pasos hacia la plaza del Matute, donde nos instalamos en la terraza de siempre, pedimos el vino de siempre, y en medio de una paz ficticia, propia de día laborable, encendí la grabadora. He aquí lo primero que le pregunté:
Aunque Loopoesía acaba de cumplir cinco años y eso es mucho tiempo, seguro que te acuerdas. Me interesan dos momentos claves de esta historia: ¿Cómo surgió el primer show y cuándo te diste cuenta de que tu fidelidad al proyecto iba para largo?
Loopoesía nació de una manera muy tonta. En julio de 2008 terminé el poema ‘Las Nocheviejas del patriarca’… todavía me sé algunos versos de memoria. Quedó bastante bien y quise ponerle música. La experiencia, el escribirlo, me había hecho darme cuenta de que me encontraba en un punto de inflexión, no podía continuar como hasta entonces con mi literatura. Había descubierto que con la poesía podía aspirar, acercarme, a la idea imposible de captar la realidad. Tener conciencia de esa imposibilidad fue la causa de que empezara a escuchar más música y de que le propusiera a Neill Higgins crear la banda sonora del poema. Aceptó en febrero de 2009 y a partir de ahí empezamos a bromear sobre lo que queríamos: máscaras, gritos, gomina… el espíritu dadá que aún hoy pervive en Loopoesía se apoderó de nosotros. El 14 de marzo de ese mismo año hicimos el primer show y lo pasamos en grande.
“Yo soy Isabel la católica, yo soy George Harrison”, gritábamos... Espíritu dadá que Loopoesía no ha perdido.
Corominas se ríe, se sorprende de sus propias afirmaciones y nos llegan las croquetas que habíamos pedido. Luego también nos interrumpirá un improvisado cantante de flamenco; y un vendedor de rosas... y cada una de las piezas encajara sorprendentemente.
“Enseguida comprendí -insistirá en esta idea varias veces a lo largo de la conversación- que quería acercar la poesía a la gente, hacerla próxima a los que habitualmente no la leen; experimentar con formatos distintos, restándole solemnidad al asunto… un objetivo que exigía de Loopoesía que fuera universal y no se limitara a Madrid y a Barcelona”.
¿Has tenido momentos de bajón?
Claro que los he tenido, sobre todo en Barcelona, pero Loopoesía nunca ha sido para mí una obligación. Escribir en Castellano me ha cerrado puertas de organismos institucionales catalanes, que desconocen por completo la propuesta. Por ejemplo, nunca me han invitado al festival Barcelona Poesía y, sin embargo, he ido a Chile, a Roma... el catalán es mi lengua materna y lo utilizo para escribir una poesía más íntima, pero para esto no, el idioma no debe limitar el recorrido de la performance loopoética.
¿Consideras la posibilidad de incluir a alguien más en el show?
De momento no. Loopoesía es el proyecto en el que me siento más yo. Sé que, por la puesta en escena, parece un espectáculo de equipo, pero en realidad detrás de Loopoesía sólo estoy yo para las imágenes, yo para escribir el texto, yo para las mezclas... Me gustaría aprender a componer música, pero no tengo tiempo. Si encontrara un grupo capaz de captar mis instrucciones, lo que quiero… quién sabe… De enero a agosto pienso el poema. Como los policías que van recogiendo las claves del crimen, voy tomando notas, guardándome sensaciones; y en agosto me siento a escribir. En Navidad defino el resto: la música y las proyecciones.
¿Qué hay de nuevo en ‘Al aire libre’ con respecto a las ediciones anteriores de Loopoesía?
La estructura es diferente, hay una división muy clara en cinco partes; mi capacidad interpretativa, que va ganando con los años; y el hecho de que, aunque la poesía es un arte antiguo, que no se renueva, he intentado incorporar de una manera coherente a la representación lo que hay en ella al alcance de todo el mundo.
¿Por qué la gente no lee poesía?
La gente le tiene pavor. Lo que se ve de la poesía, lo que se muestra, son un sinfín de tópicos y de temas manidos, que no conectan con nuestro tiempo.
¿Qué poetas te gustan?
Eliot, Papasseit, Apollinaire, la poesía de vanguardia, Ben Clark, Blas de Otero... En Chile, donde tuve ocasión de comprobar que los niños chilenos están mucho mejor preparados que los españoles, di un taller de poesía y un chaval me preguntó por un antecedente de Loopoesía. Me hizo pensar; y descubrí que lo hay: en 1917, Jean Cocteau tuvo la idea de un ballet, 'Parade' con decorados de Picasso y música de Satie; el proyecto multidisciplinar de un grupo de genios que fue de bolos por toda Europa. Me siento muy hermanado con Cocteau; me gusta la idea de fundir la literatura con otros campos de manera natural.
Aunque eso no significa, comparto con él, que el poemario, publicado como las ediciones anterirores por Versos & Reversos, no se defienda por sí solo. Podemos leerlo en casa, sin nadie alrededor, y tendrá sentido; pero si asistimos a su puesta en escena conoceremos, como Jordi dice, “su forma pública”, que marca la diferencia.
“Tengo una idea desde niño -continúa- el lector puede dar la vuelta a la propuesta del autor. Ningún poema es de lectura única. Los poemas no son absolutos, dejan pistas y toda interpretación es justa”.
Loopoesía entronca con la realidad. ¿La poesía puede y debe hablar de los temas que salen en los periódicos?
Los poemas se escriben con vocación de permanencia, quiero que quien lea mis versos dentro de diez años le encuentre sentido. Este año el tema central de Loopoesía es la pasividad. Por muchas proclamas, mucho Twitter y mucho Facebook a los que recurramos, al final todo el mundo está en su casa. Ratzinger es uno de los protagonistas del poemario porque es el único que ha sido el único capaz de dimitir. En la Iglesia hacía más de 800 años que esto no pasaba. Han dicho de Ratzinger que era nazi cuando no lo era. Lo han denigrado. Estuvo en las juventudes hitlerianas porque le tocaba por edad.
Le pregunto si estamos cerca de otra revolución de octubre y, recurriendo a su formación de historiador, me hace ver que la historia es un proceso, “y nosotros confundimos el salir a la calle un día con la revolución, que en realidad es como un poema o una relación de amor, se construye con cariño y con los años”.
Dice: “Creo que en general nos faltan huevos”.
“Loopoesía es revolucionaria a su manera. Y en esta ocasión habla de esa gran mayoría que se cree activa y no lo es. No hacemos lo que podemos. Nos han manipulado con una facilidad increíble. Todo el mundo se cree el mejor. Todos juzgan porque creen que ellos harían cualquier cosa mejor; un ejemplo muy claro han sido las críticas al falso documental de Évole sobre el 23F. Vivimos en una época de neurosis, presidida por una falsa satisfacción. Loopoesía va contra esa clase de fachadas.
¿Jordi Corominas hace lo que puede?
Lo intenta, aunque no está muy satisfecho de sí mismo, porque siempre se puede hacer más. En la Guerra Civil Española, un escritor iba a ir al frente con un fusil y alguien lo paró para que se quedara en la retaguardia escribiendo.