The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro


Durante años me ha costado elegir a mi superhéroe favorito entre Batman, Superman y Spiderman. Tal vez esté relacionado con la edad y con el momento en que uno los descubre. Supongo que primero me fascinó Superman por la película de Richard Donner de finales de los 70. Luego llegaron algunos capítulos de la serie de tv de Spiderman de aquella época, reconvertidos en películas (me refiero a la serie protagonizada por Nicholas Hammond) y los episodios del Spiderman animado, cuya emisión solía coincidir con mi entrada en la (maldita) catequesis cada viernes. Tal vez por el mismo tiempo vi el reestreno del Batman de la tele, el de Adam West; pero mi fascinación por Batman no llegaría hasta ver los estrenos de los filmes de Tim Burton y, especialmente, Christopher Nolan. Pero creo que en los primeros años de vida, es Spiderman el personaje que más embruja a un niño. Lo veo en mi hijo, que no ha cumplido aún 3 años y ya está fascinado por los tres personajes, pero su favorito es Spiderman, imagino que por los colores del traje (el rojo y el azul, más potentes que en la ropa de Superman) y por esa máscara de insecto.

Sé que la revisión (“reboot” lo llaman ahora) del personaje a cargo de Marc Webber cuenta con unos cuantos detractores. Pero también seguidores. Yo suelo situarme en un punto intermedio. Creo que este Spiderman tiene algunas virtudes y algunas taras. Y creo que el mejor tratamiento de este superhéroe sigue siendo el Spiderman 2 de Sam Raimi. Esas taras y esas virtudes de la primera entrega de Webber se repiten aquí, en mayor o menor medida.

Elementos que aplaudo: el enfoque juvenil del personaje, el humor que está muy presente en los tebeos y en las series de animación televisivas, los momentos puramente fantásticos (más aprovechados en esta secuela que en su precedente: la aparición de un enfermo y fantasmal Norman Osborn que recuerda un poco al Gary Oldman de Hannibal, la transformación de Max Dillon en Electro, el extravagante Doctor Kafka de la cárcel psiquiátrica, las heridas y la mirada perversa de Harry Osborn), el desfile de cameos (mención especial para Sarah Gadon, presente en Enemy y en Cosmópolis y sólo por eso ya figura de culto inmediata) y de actores secundarios, el guiño que dedica Webber al Green Goblin de Willem Dafoe (hay un plano que es calcado: cuando vemos por primera vez al personaje de espaldas, poniéndose el traje) y las interpretaciones de Jamie Foxx y del gran Dane DeHaan.

Elementos que detesto: la duración (le sobran 20 minutos o más), todas esas escenas en las que la tía de Peter Parker está a punto de descubrir la identidad de Spiderman y que poco aportan a la historia, los momentos de azúcar (que acaban siendo cansinos y tampoco logran que la historia avance, aunque Garfield y Stone están muy bien y se compenetran), el tratamiento casi teenager de todo el asunto, algunas de las peleas que parecen más cercanas al videojuego, algunos momentos en los que casi dejé de prestar atención a lo que contaban y me enredé en mis pensamientos, algunas canciones metidas con calzador. 

En fin, es un blockbuster, espectáculo puro, cine para chavales con algunos buenos momentos, en los que no falta esa sensación de carpe diem que funciona como motor de la película desde el momento del discurso inicial de Gwen Stacy. Sigo quedándome con Raimi.     

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