Al encontrarme con Jordi, me pareció mucho más guapo de lo que yo recordaba. Tenía el pelo más corto y vestía mejor que antes. Al contrario que Mercedes, había adelgazado. Se había apuntado a un gimnasio cerca de Travessera de Gràcia y marcaba unos bíceps prominentes bajo su camisa tejana. Quizás Mercedes estaba en lo cierto y se había vuelto maricón. O, quizás, estaba loca y el chico sólo había perdido el interés. Jordi parecía uno de esos hombres que no sienten el amor, sino que lo piensan. Ese tipo de personas que no permanecen enamoradas mucho tiempo. Es normal puesto que, nos pasa a todos, uno termina por cansarse de sus propios pensamientos. Siempre fueron una pareja distante, como sus nombres lo eran el uno del otro. Llegaron tarde a la fiesta y se acercaron a saludarme, tal como habíamos acordado.
—Tienes que besarlo. Con eso será suficiente —dijo Mercedes.
—¿Besarlo? ¿Va en serio?
—Sí. Solo un beso. No voy a emborracharlo ni nada. Solo busca un momento para pillarlo a solas y bésale.
El plan parecía sencillo. Aunque me estaba jugando un buen puñetazo en el ojo.
—Mi novio me mata si se entera.
—Tranquilo, no se enterará.
No estábamos pasando un buen momento. Seguramente, acabaríamos por arreglarlo, como había pasado otras veces, pero hacía más de un mes que ni siquiera hacíamos el amor.
El lugar elegido para llevar a cabo la encerrona fue una fiesta exclusiva que se celebraba en una casa con piscina en la zona alta de Barcelona. Yo tenía que ir solo y decir que venía de parte de Mercedes.
—¿Te acuerdas de Jordi? —me dijo como una sobreactuada actriz de culebrón.
—Sí, claro. ¿Cómo estás, Jordi? —le dije.
—No tan bien como tú —respondió sonriente.
Parecía que iba a ser tarea fácil.
Di unas cuentas vueltas por aquella terraza sin saber muy bien que hacer. Crucé la mirada con Mercedes un par de veces. Parecía ansiosa pero Jordi no se despegaba de ella, por lo que no podía hacer nada. No me quitaba de la cabeza los músculos de Jordi. Me tomé tres gin-tonics y hablé un rato con una chica con la que tenía un amigo en común.
Pasada una hora, Mercedes se acercó a mí.
—Ha ido al baño. Es tu oportunidad —me dijo.
Me terminé el cuarto gin-tonic de un trago y subí tambaleándome al segundo piso detrás de él. Le vi entrar al baño. No sabía muy bien qué hacer. Esperé un minuto detrás de la puerta y llamé.
—Jordi, soy yo. ¿Puedo entrar? Solo quiero lavarme las manos.
Aquella frase sonó tan ridícula que casi me puse colorado. Empecé a sentir a mi corazón latir fuerte en el pecho. Jordi abrió la puerta casi con un ataque de risa y, en ese momento, me di cuenta de que se me había puesto dura.
—¿Es que no puedes esperar? —me dijo.
Me hizo pasar y cerró la puerta detrás de mí.
Me lo quedé mirando. Un mes sin hacer el amor con mi novio era demasiado tiempo. Traté de no pensarlo dos veces. Le dije: «Jordi, tío, qué bueno estás», y sonó tan sincero que hasta yo mismo me sorprendí. Di un paso al frente. Él no se separó. Y le di el beso en los labios que se me había encomendado. Jordi no se separó. Al contrario, me metió la lengua en la boca y la mano en la bragueta. Me empujó contra la encimera. Me agarró el pene con fuerza y lo sacudió. Yo casi me asfixié de gusto. Con la otra mano me agarró por la muñeca y me obligó a levantarle la camisa. Tenía una tableta de abdominales perfecta. Estaba algo sudado y moreno. Yo empecé a sentir taquicardia. Quise marcharme de allí pero ya era demasiado tarde. No pude más y estallé de placer sobre su torso semi-desnudo.
En ese fatídico momento, entró Mercedes, impaciente, con un vaso de güisqui en la mano y contempló atónita la escena. Mi pene. Las manos de su novio. La mancha de semen sobre su camisa. Con los ojos inyectados en sangre, se acercó a mí y rompiéndome el vaso en la cara, gritó:
—Te dije que solo un beso.
Me pusieron dos puntos de sutura. Le dije a mi novio que me habían intentado atracar camino de casa y aunque no sonó muy convincente, prefirió no saber más. Sintió cierta pena, eso fue evidente, pero ayudó en nuestra reconciliación.
Jordi y Mercedes cortaron, como era previsible. Lo supe por el Facebook.
Al cabo de cuatro meses, me encontré a Jordi por la calle cogido de otra mujer. Era más guapa y más alta que Mercedes. Tenía el pecho más firme y una sonrisa hermosa. ¿Sería Jordi bisexual? ¿Sería otra relación de mentira?
Me paré a hablar con él. Por morbo y por necesidad.
—Veo que ya estás bien de tu herida. Siento mucho lo que te hizo Mercedes —me dijo.
—No te preocupes, casi no me ha quedado señal.
—Ella es así. Siente las cosas a lo bestia. No razona. Por eso lo nuestro no funcionó.
—Lo sé. Entendéis el amor de forma distinta.
—No tiene nada que ver con el amor —dijo—. Está loca. Y no te pienses que es una santa. Me puso los cuernos con vuestro antiguo jefe un montón de veces... y yo siempre la perdoné.
Eso explicaba algunas cosas de lo que pasaba en aquella oficina.
—En fin. Siento haberte tenido que meter por medio —concluyó.
—Tranquilo. Que seas muy feliz —le dije.
Y me marché.
Aquellas últimas palabras de Jordi se quedaron grabadas en mi cabeza durante días.
«Siento haberte tenido que meter por medio».
¿Qué quería decir con eso? ¿Me había utilizado para romper con ella?
Llegué a casa. Mi novio me esperaba con la cena preparada. Le di las gracias y un beso. Nos sentamos a comer.
—¿Tú crees que el amor es más como una explosión o como un proceso? —le pregunté.
—¡Qué pregunta tan rara!
—Ya. Pero, ¿tú qué opinas?
—Opino que el amor nace como una chispa que, con el tiempo, puede llegar a apagarse o puede llegar a explotar.
Aquello tenía sentido. Jordi sabía que Mercedes nunca aceptaría una ruptura civilizada. Tenía que hacer algo que hiciera explotar la situación. Lo que no se esperaba, quizás, es que su explosión me costara a mí dos puntos de sutura.
COMO UNA EXPLOSIÓN: