Un chiquillo ciego
con un cartel prendido al pecho.
Demasiado pequeño para estar fuera
mendigando solo,
pero allí estaba.
Este siglo extraño
con su matanza de los inocentes
su vuelo a la luna–
y ahora él esperándome
en una ciudad extraña,
en una calle donde me perdí.
Al oír que me acercaba,
sacó un juguete de goma
de su boca
como para decir algo,
pero luego no dijo nada.
Era una cabeza, la cabeza de una muñeca,
muy mordida,
la alzó para que yo la viera.
Los dos sonriéndome con una sonrisa forzada.
Charles Simic, El mundo no se acaba y otros poemas [Ed. 1999]