A priori no me interesa demasiado (o no soy ni mucho menos un experto) el tema del ocultismo. Pero este libro no se me podía escapar: texto de Alan Moore, prólogo de Servando Rocha, traducción de Javier Calvo, edición de La Felguera, ilustración de cubierta de Mario Riviere, sin olvidar las imágenes, símbolos y cuadros que encontramos en el interior... Es decir: una baraja de ases.
Aunque, como digo, soy más bien profano en el tema, devoré el libro en unas horas. Cualquier cosa que escriba o invente Alan Moore es interesante. Es un torbellino de ideas, de pensamientos explosivos, de declaraciones que uno va anotando. Ojo, tampoco soy experto en su obra, pero joder… ahí están Watchmen, V de Vendetta, La liga de los hombres extraordinarios… No hace falta decir más. En este ensayo nos invita a un recorrido por las relaciones entre el arte y la magia, nos habla de algunas figuras emblemáticos, de magos y ocultistas y de escritores que encarnaron todas esas facetas. La edición es impecable. Los textos, también (y hace unos días me presentaron a Servando Rocha, quien está teniendo un gran éxito con su espléndido Nada es verdad, todo está permitido). Y la traducción, por supuesto, que ha sido tarea de nuestro traductor punk favorito. El libro se presenta este sábado en Madrid. Yo estaré fuera, pero si estuviera en la ciudad no me lo perdería. Aquí os dejo con tres extractos:
Si es dinero lo que queremos, ¿por qué no movemos mágicamente el culo, trabajamos mágicamente por una puñetera vez en nuestras mágicas vidas sedentarias y vamos a ver si al cabo de un tiempo han aparecido mágicamente unas cuantas monedas en nuestras cuentas bancarias? Si lo que buscamos es el afecto de algún objeto amoroso que no nos hace caso, la solución es todavía más simple: le echas unos rohypnoles en la sidra y la violas. Al fin y al cabo habrás hecho algo igualmente despreciable en el plano moral, pero por lo menos no habrás denigrado la esfera trascendental pidiéndoles a los espíritus que aguanten a la víctima los brazos y las piernas. O bien, si hay alguien que realmente creas que merece una venganza espantosa, deja de lado la Llave menor de Salomón y pégales un telefonazo a Frankie Navajas o a Big Stan.
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Si lo que hacemos no se puede considerar ni ciencia ni religión propiamente dichos, ¿acaso sería provocador sugerir que consideremos la magia un arte? ¿O incluso El Arte con mayúsculas, si les parece bien? No es que la noción carezca por completo de precedentes. Incluso puede considerarse un regreso a nuestros orígenes chamánicos, en los que la magia se expresaba por medio de máscaras, mímica y marcas en las paredes, de aquellos pictogramas que derivaron en el lenguaje escrito, que es de donde viene a su vez la conciencia. No cuesta nada imaginar que la música, la performance, la pintura, el canto, la danza, la poesía y la pantomima vienen todos del repertorio de trucos mágicos que empleaba el chamán para transformar las mentes.
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El poder del arte es inmediato, irrefutable e inmenso. Remueve la conciencia, ostensiblemente, tanto del artista como de su público. Puede cambiar las vidas de los hombres y por consiguiente cambiar la historia y la sociedad misma. Puede inspirarnos a obrar prodigios o a cometer horrores. Puede ofrecerles a las mentes flexibles, jóvenes y en expansión espacios nuevos que habitar, o bien puede ofrecer consuelo a quienes están muriendo. Puede hacer que te enamores o bien hacer trizas de un plumazo la reputación de un ídolo, dejarlo maltrecho ante sus adoradores y muerto de cara a la posteridad. Puede conjurar a los demonios de Goya y a los ángeles de Rosetti y hacerlos visibles. Es al mismo tiempo la pesadilla de los tiranos y su herramienta más poderosa.
[La Felguera Editores. Traducción de Javier Calvo]