Ocho relatos de boxeo, de Alexander Drake


Era otra velada de boxeo en el Cincinnati Arena. Me gustaba el ambiente. Dos hombres intentando matarse con los puños mientras miles de personas les animaban a que lo hicieran. Era demencial y excitante. Llegué justo para el último combate: el plato fuerte de la noche. Chico Rodríguez contra Billy Monroe. Chico era un mejicano perturbado y agresivo. Parece ser que estuvo un par de años en un reformatorio por matar a un hombre a cuchilladas. Cuando salió de allí se metió en el mundo del boxeo para canalizar toda esa violencia dentro de un cuadrilátero. Seguramente eso le salvó de volver al trullo. Billy también había estado en chirona. En su caso le trincaron por robar en una licorería a punta de pistola. Pasó unos cuantos meses a la sombra. Ambos púgiles subieron al ring.
[Del relato “Cincinnati Arena”]

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Arregui empezaba a ser un boxeador reconocido y sus combates cada vez generaban mayores ingresos. Incluso en la revista The Ring hacían mención a su carrera considerándolo como uno de los 10 mejores pesos pesados del momento.

En abril de 1938 llega a Azkoitia otra carta de Julián.

Querida familia:

Me alegré mucho de recibir noticias vuestras; a pesar de que las cosas que me contabais en la carta fuesen tan desoladoras. Siento muchísima rabia y dolor con todo lo que está ocurriendo. Espero que todos sigáis bien y que la guerra termine lo antes posible.
En América mi carrera como boxeador está resultando mucho mejor de lo que hubiera podido imaginar. En el fondo todo esto no es tan diferente a levantar piedras. Tienes un reto frente a ti y debes intentar superarlo. Algunos de los hombres con los que he peleado son realmente duros, pero por lo menos aquí no me van a disparar con un fusil. Las bolsas de mis combates cada vez son más abultadas, y hace unas semanas pude mudarme a un apartamento más grande y mejor situado.
Pienso mucho en vosotros y me gustaría volver a veros pronto. Escribidme cuando podáis y mantenedme informado de cómo sigue todo por allí.

Un abrazo.

Julián.
[Del relato “Arregui, la leyenda del boxeador”]

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Sus mejores años ya habían pasado. Su cuerpo había evejecido rápido. Demasiadas peleas a sus espaldas. Sus manos estaban hinchadas y doloridas, y sus piernas ya no tenían la misma agilidad ni resistencia. Muchos aficionados todavía le recordaban de algunos combates legendarios, pero eso a él no le consolaba. No podía consolarle cuando apenas podía pagar el alquiler de una buhardilla minúscula y destartalada en mitad del barrio chino.
[Del relato “La pesadilla del luchador”]


[Ediciones Lupercalia]

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