COLETTE
i.m. Séan Milne
Desde que su nombre cayó como una losa en aquella conversación de mujeres
el fantasma de la hermana de mi madre me persigue.
Se me aparece desde 1939
con un vestidito blanco y merceditas impecables
agarrando los guantes que se le caerán en la calle Donegal.
Se agacha a recogerlos. La calle Donegal, el Oeste,
es una habitación vacía en la Casa de la Historia de mi familia:
el silencio femenino, el lugar sellado de la ciudad.
Se baja de la acera, en esas calles de 1940 donde ya circula
algún que otro camión. Mi madre nace un año después.
Justo un año después, el mismo día. Su tarta de cumpleaños
está glaseada de negro y endulzada con cenizas negras;
las llamas de las velas son puntos de oscuridad
tan apagados como los ojos de su hermana muerta aquel día
en la calle Donegal. El nombre que cantaron: su nombre.
Colette, Colette. La expiación de mi abuela
para tan escandaloso desconsuelo
es postrar su vientre, como una flor, en el altar del cielo.
La Virgen sonríe y se inclina a consolar su frente.
Tras mi madre, da a luz a siete hijos.
Colette, Colette: tu nombre es un hipido de dolor,
un golpe sordo dentro de un armario vacío.
Semilla de la pérdida, que brota más allá del día
en que enterramos tus zapatitos, amarillos ahora con los años,
como un parto de nalgas en la tierra de la tumba de la abuela.
(Leontia Flynn en Profit & Loss, Jonathan Cape, 2011)
(traducción de Steve Burdiel y Ángel Talián)
COLETTE
i. m. Séan Milne
Since her name dropped like a stone in the women’s talk
I am haunted by the gohst of my mother’s sister.
She comes to me out of 1939
in a little white dress and and pristini Mary Janes
clutching the gloves she’ll drop on the Donegall Road.
She stops from the kerb. The Donegall Road, the West,
is a disused room in the family’s House of History:
the distaff wing, the city’s sealed-off place.
She steps from the kerb to the not-quite-lorry-free roads
of 1940. Next year my mother is born.
Next year to the day. My mother’s birthday cake
is iced in black and sweetened with black ashes;
the candle-flames are little points of dark
as dim as her dead sister’s eyes that day
on Donegall Road. The name they sang: her name.
Colette, Colette. My grandmother’s atonement
for being so provocatively bereaved
is to lay her womb, like a flower, on heaven’s altar.
The Virgin smiles and leans to soothe her brow.
After my mother, she begets seven sons.
Colette, Colette: your name is a hicup of grief,
and a hollow knowck inside an empty closet.
A sede of loss, it sports beyond the day
we tuco your little shows, now yellow with age,
like a breech birth in the soul of granny’s grave.
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