Modos de ver, de John Berger


Hace poco vi una extraordinaria película, Museum Hours, que recomendé en este blog; dicha película se inspira en algunos aspectos del libro (y del documental) Modos de ver, de John Berger, que ya es una especie de clásico dentro de los libros sobre arte y espectáculo. Aunque he leído algunas obras de Berger, ésta no la había leído y, tras ver la película, me hice con un ejemplar.

Es un libro breve, muy ameno y fundamentalmente visual, en el que el autor reproduce numerosos cuadros, detalles de cuadros, fotografías y anuncios. A menudo van comentados, pero en otras ocasiones ni siquiera aparecen los pies de foto: de esa manera, Berger establece la gran diferencia entre mirar una pintura cuya visión está condicionada por lo que te cuentan y mirar una pintura sin saber nada de ella ni auxiliarse con explicaciones y acumulación de datos. John Berger habla, en estos pequeños ensayos, del cine, de la cámara, de la visión que tenemos de los hombres y de las mujeres en la sociedad actual, de las relaciones entre la publicidad y lo que los sentidos captan, de las distintas maneras de interpretar una pintura. Un libro admirable, del que os dejo aquí algunas anotaciones que, recortadas de sus textos centrales, quizá pierdan un poco de sentido; no obstante, allá van:

La invención de la cámara cambió el modo de ver de los hombres. Lo visible llegó a significar algo muy distinto para ellos. Y esto se reflejó inmediatamente en la pintura.

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Cuando una cámara de cine reproduce una pintura, ésta se convierte inevitablemente e material para el argumento del realizador.

Un film que reproduce imágenes de un cuadro lleva al espectador, a través de la pintura, hasta las conclusiones del realizador.  El cuadro presta su autoridad al realizador del film.

Esto se debe a que el filme se desarrolla en el tiempo, y el cuadro no.

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Los hombres examinan a las mujeres antes de tratarlas. En consecuencia, el aspecto o apariencia que tenga una mujer para un hombre puede determinar el modo en que este la trate. Para adquirir cierto control sobre este proceso, la mujer debe abarcarlo e interiorizarlo.

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Todo lo anterior puede resumirse diciendo: los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se contemplan a sí mismas mientras son miradas. Esto determina no sólo la mayoría de las relaciones entre hombres y mujeres sino también la relación de las mujeres consigo mismas.  El supervisor que lleva la mujer dentro de sí es masculino: la supervisada es femenina. De este modo se convierte a sí misma en un objeto, y particularmente en un objeto visual, en una visión.

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La publicidad nos convence para que realicemos tal transformación mosntrándonos personas aparentemente transformadas y, como consecuencia de ello, envidiables. La fascinación radica en ese ser envidiado. Y la publicidad es el proceso de fabricar fascinación.


[Editorial Gustavo Gili. Traducción de Justo G. Beramendi]

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