crista smith |
Ella finge dormir. Miente al decir que ama al Universo. Sólo lo ama a él. Que el mundo se caiga poco le importa cuando los días son noches a pesar que el reloj marca las tres de la tarde.
Él. Siempre él, que es sol en su cuerpo cubierto de profundidades obscenas que hieren las muñecas. Una tarde plena de pájaros rayando cielos y cómo la realidad, ahoga hasta la asfixia. ¿Qué sería de sus sombras ante la ausencia de las estrellas que él desprende? Bajo las estrellas mismas, se prometió -le prometió- hacer guirnaldas que envuelvan sueños.
Sueños color rubí -entre las sábanas- en instantes fríos de angustia que hielan la sangre. Y él. Otra vez él, lleno de belleza con la simpleza de parpadear palabras. Manos cargadas de flores para adornar vestidos arrugados y baratos. Vestidos que se abren y esfuman hasta desaparecer en la nada de un pasado sombrío. Presente lleno de dolor que se toma una pausa, para sonreír, cuando él está cerca.
El cosmos es demasiado hermoso para soportar la inmundicia que ella, a veces, llora. Sin embargo, ella, la mugrosa, la cabecita suelta y triste, se permite vibrar al compás de él, de su música y de sus pestañas azuladas en el instante mismo que chocan.
Se sabe feliz con poco. Con soplidos, apenas. Con momentos que tardan mucho en llegar pero nada, en extinguirse.
¿Existirá la salvación posible que la rescate de tanta crueldad desprovista de espejos?
-Si he de morir, será hoy -se dijo- y cerró los puños encerrando hacia su pecho una cruz de nácar, mientras la lluvia mojaba los techos de casas imaginarias.
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