Yo nací en 1977; el mismo año en que Ettore Scola dirigió a Sophia Loren y Marcello Mastroianni en 'Una giornata particolare'. Treinta y seis años después, la noche, casi madrugada, de un martes de marzo, programan la película en La 2 y me quedo en el sofá hasta pasadas las tres. Acostarme sin verla terminar hubiera sido un sacrilegio y, la tarde siguiente, mientras me escapo con Javi a
Mi favorita es la escena de la azotea, que acompaña a este post; un ejemplo claro de la facilidad con que lo cotidiano puede convertirse en extraordinario. El espectador ve a Sophia y a Marcello jugar entre las sábanas tendidas, contra esa mañana gris del día del desfile al que no han acudido, y adivina que los personajes, en un futuro, recordaran ese momento como algo excepcional en sus vidas, algo que les dio valor.
Todo sale bien, sin estridencias y, aunque todavía es pronto, no se nos escapan los primeros síntomas falleros: vemos algunos camiones con piezas de fallas camuflados entre el tráfico y la iluminación de las comisiones más importantes ya está preparada. Por todas partes hay puestos ambulantes de churros, chocolate y buñuelos y, a pesar de que nos la perdemos por minutos, esa mañana se dispara la mascletà.
Nuestra "jornada particular" es agotadora, pero merece la pena; y, como siempre que por una razón o por otra aterrizo en Valencia, siento lejos mis preocupaciones diarias, mis nostalgias habituales, esas que no se van nunca del todo pero que el cambio de escenario consigue apaciguar con el efecto de la morfina.
Y pienso en no volver, en qué pasaría si me quedara a este lado del espejo, donde todo parece más agradable y menos rápido.
Menos hiriente.