Paradoxia (UHF, Melusina; 2008)
Follar por pasta era, para mí, la quintaesencia de la libertad. Una pantalla en blanco en la que pudieras proyectar cualquier imagen que quisieras. Una regresión de la realidad. Un lugar donde excomulgarme de mí misma. Me disolvía en un tenue velo, tras un disfraz repleto de seudónimos, estrategias, modus operandi, identidades falsas. Sentía una extraña lástima por los hombres a los que prestaba mis servicios. Sentía más respeto por ellos que por la mayoría de la gente que conocía. Todo se mantenía a un mismo nivel: tú les vendes una fantasía durante treinta minutos o una hora. Ellos consiguen lo que pagan. Tú lo que necesitas. Dinero. Y entonces se largan. Nada de mierdas. Sin tener que cuidarlos. Sin sostenerles la mano. La mayoría de los hombres eran demasiado desvalidos. Desesperados. Dependientes. Como niños , incapaces de asesinar a la niña que llevan dentro. Siempre pidiendo amor, compasión. Atención constante. Que alguien los reafirmara en su masculinidad. Que su sexualidad fuera reconocida. Que su falo fuera adorado. Exactamente igual que cualquier cliente, sólo que aquéllos no habrían admitido tener que pagar por ello. De una forma o de otra.