MI PRECIO

La estilográfica empezó a lanzar destellos de oro con su movimiento ágil sobre el talonario. Una letra cuidada y unos números que, al verlos juntos, me hicieron temblar el labio superior. Quería sonreír, pero no me salía. La rúbrica fue una firma rápida, un zig zag de un lado a otro del cheque, apretando tan fuerte que el sonido llegó perfectamente a Flavio, quien con discreción se acercó para comprobar el montante.
Hubo un silencio valorativo en el momento en que el cheque quedó suspendido en el aire. El padre de Brenda me lo tendía y yo estaba petrificado. Observé como Flavio se mordía inquieto el labio con ganas de trincar aquel papel. Aguantó.
Yo no.
Todo el mundo tiene un precio; y el mío era justamente ése. 

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