The Lodger: A Story of the London Fog. Alfred Hitchcock, 1927 |
Es demasiado domingo,
pero te abres de piernas
como si volviéramos a empezar.
Y entonces comenzamos a hablar.
Queremos saber de qué tenemos miedo,
si aún seguimos creyendo en nuestros defectos.
Y la conversación se paraliza en mi lengua,
que no sabe contestar a nada y huye
hacia esas zonas que los niños eligen
para nacer. Acariciándola como si no te conociera
de nada. Y eso nos gusta.
Porque tú y yo siempre seremos dos desconocidos.
Porque tú y yo beberemos siempre de esa oscuridad
hasta no ver absolutamente nada. Nada más que
nuestra carne, preocupada por envejecer en las manos
de extraños más extraños que nuestra propia historia
y por los huesos que cada vez nos sugieren más fuerte
que esta, puede ser nuestra última noche de sexo.