Después de aquella primera exposición en la que se vendieron todos mis cuadros, la mayoría de ellos por compromiso, descubrí que Polen era mi marchante y Flavio mi representante. Nunca llegué a discernir las funciones de cada uno, pero ambos se atribuyeron un porcentaje de los beneficios por realizarlas, lo que me hacía suponer que cada uno hacía cosas diferentes por mí.
Recuerdo ver los adhesivos rojos pegados junto a los cuadros. A cada punto rojo le iba sumando el valor de lo que iba recaudando aquella noche. El vino hizo que perdiera la cuenta demasiado rápido, así que dejé que fueran otros, como siempre, los que calcularan por mí.
Siempre me ha interesado más la mirada de la gente que el dinero que está dispuesta a desembolsar.
Y así me ha ido.