El otro marqués
Desayuno con la muerte de Aragonés. La muerte en los periódicos nunca acaba de ser del todo real, al menos de la gente que no has conocido ni visto nunca. Supongo que Aragonés caía bien a todos. Bueno, menos a Romario, al que en su día le dirigió aquella frase maravillosa que hoy se recordará bastante: "Míreme a los ojitos". Romario, esquivo, sería más de fijarse en las patillas. Ha sido, Romario, el jugador del mundo que más ha hecho con menos kilómetros de carrera. Seguro que hay alguien en la TVG que tiene la estadística. En el Camp Nou tuvo su parcelita de siete metros cuadrados y allí fue feliz, rompiendo caderas y metiendo goles sin fatigarse. En el Valencia ya no era lo mismo; el fútbol era correr. La hermosa estampida del contraataque, es verdad. Una suerte de eyaculación precoz futbolística, pero siempre hay alguien al que no le importa esperar una hora de partido para ver una de esas incursiones. Aragonés se adaptó a lo que tuvo; cuando hubo toque ordenó tocar y cuando no lo tuvo, antes de esa primera selección campeona, ordenó correr. Ahora que pienso en la cara de Aragonés recuerdo que se habían reído mucho de él cuando lo pillaron con un dedo dentro de su nariz, como desatascando un partido que no había otra forma de desatascar. Empezaba a haber más cámaras en los campos de fútbol que futbolistas y sólo un muñeco de cera hubiese resistido impasible y digno tal exposición. Que yo sepa se murió sin que le nombraran marqués.