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| crista smith |
A veces creo en la certeza olvidando la poca probabilidad que existe en mi mundo de que las cosas sucedan. Escucho pájaros cantar en medio de la oscuridad deseando tal vez que sus alas se prolonguen en mi espalda. Pero no. Caigo desde las estrellas hasta unos brazos invisibles que siempre se cruzan y no responden a mi llamado rojo. Una ausencia de música de lluvia o incluso, luces sobre las bocas.
Flores mustias, putas de vestidos viejos y baratos -mujeres que no lo son-, marginales durmiendo en la vereda, marihuana libre, colectivos de trasnoche y los dueños de lo ajeno -mi Universo real-; imágenes del día a día, noche tras noche, mientras en otros techos mora París y su psicología de amor eterno y el pesado y detestable -para mí- Lacan.
Soledad. Vacío. Viajes a la nada misma de las ilusiones. El boulevard de sueños rotos por donde camino -como la canción que tomé prestada para hacerla propia- se ensancha con mucha rapidez sin ramito de lirios o lunas de Valencia. Perdí la memoria. Ya no recuerdo la furia del trueno sobre mi cuerpo o el sabor de la cereza. Las sombras son mi único tesoro en un reino de fantasías. El grito que escapa de mi lengua es demasiado sordo para ser rescatado por the only one.
Suena la campana en otro pueblo -tal vez el oeste o el norte: San Martín; pero nunca en el sur- envolviéndome durante pocos instantes de fe el alma. Paradoja de atea que lee en algunas ocasiones el horóscopo o paga por tarot falso esperando que se cumplan sus premoniciones. No conozco el terciopelo del rosa. Soy lo áspero y la inmundicia. Esto, aquí y ahora, no fue hecho para mí y sin embargo, sonrío la transparencia de la sangre que circula.
Desintegración:
Mapa de ruta por donde transito sin casa de techo de tejas o, carencia de jacarandás regalando su violeta a los cielos.
Sí, la manta azul raída cubriendo mis esperanzas muertas al momento de dormir cuando todos despiertan.
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