Enérgicamente (1)

La energía es ese prodigio que solemos dar por sentado hasta que escasea o sube de precio. Sólo entonces nos hacemos ciertas preguntas que, en defensa propia, convendría hacerse independientemente de las circunstancias. ¿A quién le pertenece la energía? ¿Debe ser un negocio como cualquier otro? ¿Hasta qué punto es legítima su liberalización, y cómo de ajeno a su gestión debe permanecer el Estado? En las últimas fiestas, la corriente eléctrica se interrumpió en Buenos Aires durante semanas, dando lugar a una dantesca mezcla de calor y oscuridad, de sofocos y miedos. Tras una evaluación de las instalaciones, se comprobó que eran obsoletas o insuficientes. Una de las empresas responsables del suministro era Endesa, que produce y distribuye electricidad en Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Perú. Podría decirse que Endesa es una empresa española, si no fuera porque en realidad es propiedad de la italiana ENEL, dueña del 92% de su capital. El Ministerio de Economía italiano controla casi un tercio de dicha compañía. Si, pese a las devastaciones de Berlusconi, Italia es miembro estable del G-8 mientras España jamás pasó de suplicar una silla cerca de esa mesa, es precisamente por cosas como esta. El sector energético español se liberalizó por completo entre 1998 y 2003. Es decir, durante las dos legislaturas de Aznar, a quien la ciudadanía reeligió por mayoría absoluta igual que en Argentina hizo con Menem, por mencionar a dos presidentes que basaron su economía en la privatización de los recursos nacionales. Valdría la pena reflexionar sobre nuestra responsabilidad, ya sea por sufragio o por omisión, en estos procesos de usurpación de los bienes colectivos. Responsabilidad que no se limita a encender, o a pagar, la luz.

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