Marie llevaba los pies en el salpicadero del 2 Cv, igual que hacía todo el mundo en cuanto se subían en él. El asiento del copiloto llevaba años roto, de manera que el respaldo no podía moverse y se había quedado bloqueado estando ligeramente inclinado hacia atrás. Tenías dos opciones: o te relajabas y terminabas por dormirte, o ponías los pies en el salpicadero y mirabas el cielo cuando le quitaba la capota. Nunca nadie consiguió dormir en aquella tartana, por lo que sólo quedaba la segunda opción: pensar en tus cosas con la mirada perdida. Era un coche dotado para el auto-psicoanálisis: todo el que se subía le daba por reflexionar sobre su vida, a veces, incluso, en voz alta.