Marianna Rothen Ektin |
el día que decidí no volver
la lluvia se filtró a través de las paredes de mi casa.
dibujó enredaderas que cubrieron las ventanas y el aire
fermentó la respiración de lepismas que
hicieron nido
en mis propias grietas.
en esa oscuridad inhabitable
los huesos de las manos astillaron
caricias
para abrir paso
a la construcción de mil madrigueras de humo
digo,
que sea verdad y
que el otoño deje peores huellas que el invierno.
las diásporas congeladas infiltran
demasiada melancolía.
el silencio nunca es inocuo.
el silencio,
amplifica el sonido ensordecedor de los dedos,
su movimiento incierto -desgajar ladrillos intangibles-
primitivas despedidas
y el final de un futuro juntos
que nunca supimos
cómo
construir.