En algún lugar de Queens, charlando con Mike G., actualmente comandante de aerolíneas comerciales, pero, como él dice, "en otra vida" piloto de combate, un Top Gun, salieron muchas cosas sobre el tapete. Me habló de su oficio, del durísimo entrenamiento al que se les somete, apasionante para un profano, y entre la pléyade de cuestiones surgieron las sonrisas ante la película de Tom Cruise, ya que, según Mike, no es verosímil ese tipo de piloto: "Nadie le deja una máquina que cuesta sesenta millones de dólares a un tipo cegado por su ego". Respecto al temple necesario para cabalgar esas armas, puedo confirmar que estos señores parecen hechos de otra madera, cómo se mueven, cómo hablan, es realmente llamativo. Por eso no pude evitar referirme a Neal Armstrong. Al igual que Mike, antiguo piloto antes de ser convocado para el programa espacial, siempre me había llamado la atención cómo se comportaba en las entrevistas cuando le preguntaban por su hito lunar. Se expresaba exactamente igual que Mike, con esa cadencia, esa modestia, esa normalidad ante una hazaña ya eterna, pero que para él parecía ser el pan de cada día, un oficio que tenía que cumplir. Mike no dudó mucho:
-"Creo que es debido a nuestra preparación. Una de las cosas que nos enseñan es que no es el error o la emergencia lo que te mata, si no cómo reaccionas ante ello. Neil Armstrong sencillamente consideró que el éxito era otra emergencia, y la trató como tal".