No te quedes ahí. Vamos, entra, ya estamos todos. Tras la cortina, la puerta: está abierta. No debe ningún lector temer entrar en La habitación oscura, aún a sabiendas de encontrarse en ella, porque se encontrará. De un modo u otro, estamos todos, y nos reconoceremos, en esa mano que nos roza junto al sofá, en las pisadas silenciosas del centro, en los jadeos de la esquina, en ese espejo en el que se transforma la habitación, cuando la oscuridad lo ocupa todo.
Durante los primeros capítulos se presenta la peculiar habitación y se van contando de forma fragmentaria las razones de los personajes, algunos aspectos significativos de su existencia relativos al trabajo y a las relaciones familiares y sentimentales. Plantea al lector casi todo lo que puede pasar en esa habitación. Casi. Todo. No lo voy a resumir, para eso tienen ustedes la imaginación. Esto como truco publicitario es ideal para ganar seguidores nostálgicos de algún movimiento de liberación sexual pero la cosa tiende al alargamiento, y no de pene precisamente. Por suerte, aquellos que lleguen al capítulo tres serán recompensados con el cansancio de los protagonistas. En el cuarto capítulo aparece Silvia, la mayor del grupo, y la historia cambia de rumbo. Ella se complementa con Jesús, quien tras haber sido un fiel peón del poder empresarial pasa a convertirse en su acérrimo enemigo, mostrándonos las tripas del sistema al sacar a la luz lo oculto.
«[..] para no perder velocidad, para completar el itinerario señalado, hubo también que conquistar ascensos laborales y ganar oposiciones y aumentar ventas y repartir muchas tarjetas de visita, y salir de noche del trabajo y tomar copas y llevarnos carpetas a casa y aceptar la llave para ir un rato los sábados, y hacer méritos ante los superiores y competir con nuestros iguales y frenar el ascenso de los inferiores, y tomar analgésicos y tranquilizantes y somníferos y anfetaminas y cocaína, y levantarnos rápidamente en caso de caída y no llorar y enviar currículum y mentir en entrevistas de trabajo y empezar de cero una y otra vez para de nuevo ascender, vencer la resistencia de los superiores que nos frenaban y […]»
El retablo de personajes es también el retrato de una generación aspirante a un bienestar que parecía perenne y ahora se derrumba y da al traste con sus ilusiones. La historia se sitúa en la más apremiante actualidad, y es coherente que ninguna de sus peripecias ofrezca un desenlace, porque nada de lo que se presenta ha concluido aún. De ahí la elección de la voz (nosotros) como truco para involucrar al lector; exactamente el mismo truco que utilizó Bruno Galindo no hace mucho en “El Público” (Lengua de trapo), novela con la que “La habitación oscura” guarda un parecido más que razonable (diría uno que incluso demasiado). También allí era todo describir para, con la descripción, dibujar el nosotros, sujetos de consumo.Novela de dilemas morales, no resulta precisamente complaciente con sus protagonistas, quienes bajo la lente del microscopio se revelan responsables de su fracaso, sobre todo por su frivolidad, falta de sustancia y numerosas claudicaciones. Claro que el Estado y las empresas, con sus artilugios y trampas, tras cebarlos con zanahorias, convirtiéndolos en colaboradores eficaces de un sistema que los atrapa, acaban cazándolos como a conejos.
La habitación oscura será con seguridad una de las novelas más destacadas del presente año. La ficción literaria sigue siendo un instrumento tan válido como preciso para interpretar y comprender la realidad menos complaciente. Esa puta manía de meter relleno total para dejarlo todo perdido de obviedades.
Textos robados a (pinche en el crítico para leer su crítica completa): Salvador Gutierrez Solis (La tortmenta en un vaso), Ricardo Senabre (El cultural), Fernando Valls (Babelia) y Carlos González Peón (La medicina de Tongoy)
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