LA PERSONA DEPRIMIDA
Cada noche escribo y desescribo una novela de dunas.
Soy el mito,
pienso.
Soy esdrújula y rimo, y nunca mido los versos.
Cada noche mientras tú duermes escribo y desescribo
el ruido de tu mandíbula:
cómo crujes los dientes,
cómo chirrías en sueños y maldices a los ángeles.
Cada noche digo y desdigo.
Crezco y no menguo.
Sufro y no encuentro el sentimiento contrario.
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El mundo no se puede acabar ahora. No se puede acabar. Te he comprado un anillo de plata para que nunca lo pierdas. Tómalo y toma tus ojos. Póntelo y ponte tus ojos. La muerte no puede ser experimentada ni por los vivos ni por los muertos, escribió William T. Vollmann. La extraña claridad de esta ventana solo me recuerda a una gran epidemia.
Y si esto se acaba.
Dime.
¿Qué significa entonces quedarse solo?
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[...]
Me dice: cangrejos.
Me repite: cangrejos.
Me dice:
tú nunca tendrás la enfermedad de tu madre.
Tú nunca besarás a ese animal.
[...]
[La Bella Varsovia]